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Artículo de Lourdes Grosso, misionera idente, publicado en Ecclesia (n. 3926, 10-3-2018)

El mes de marzo trae a la memoria litúrgica la presencia discreta de San José, devoción arraigada en el alma de la Iglesia que, desde los primeros siglos, se confía a su custodia y protección. Es ocasión propicia para retomar la lectura de un magnífico documento con el que san Juan Pablo II, continuando la estela de sus predecesores, presenta la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia, la exhortación apostólica Redemptoris custos, un texto bellísimo, cuya profundidad doctrinal está aún por desarrollar.

Cien años antes, el Papa León XIII le rezaba así: «protégenos con tu constante patrocinio, para que, a ejemplo tuyo, y sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y morir santamente y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza» (Encíclica Quamquam pluries).

Para que podamos vivir santamente

La piedad popular acude al santo Patrono de la Iglesia Católica invocándole para una buena muerte, porque tuvo el privilegio de morir acompañado y consolado por Jesucristo y María. Pero con esta súplica ha de solicitarse su ayuda para que tengamos una vida santa y alcancemos la Vida eterna.

Muchos son los santos que se le han confiado. Una de las expresiones más conocidas es la de Santa Teresa de Ávila: «Tomé por abogado y protector al glorioso San José, y encomiéndeme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores, este padre y señor mío me sacó con más bien de lo que yo le sabía pedir. […] Querría yo persuadir a todos que fuesen devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios» (Santa Teresa de Jesús).

Luminoso ejemplo de vida interior

Las referencias evangélicas sobre san José son escasas, pero suficientes para que el Magisterio haya expresado cómo coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención de Cristo. José aceptó como verdad proveniente de Dios lo que María ya había aceptado en la anunciación. Es modelo de «“la obediencia de la fe”, por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por él» (Dei Verbum, 5). Todas las virtudes que se dicen de San José provienen de esta primacía de la vida interior, de la que es custodio.

La figura de san José ha inspirado fundaciones religiosas que encuentran en él ejemplo de cómo dedicar toda la vida al servicio de Dios en colaboración con la misión redentora de Cristo. A él está vinculado el Día del Seminario, como constante referencia educativa del hogar de Nazaret y modelo de fidelidad a la vocación. También se han creado centros de estudios josefinos que fomentan la investigación y el estudio en torno a la figura de san José, para conocer y divulgar su misión en la vida de la Iglesia.

El Papa Francisco en el Encuentro de las Familias celebrado en Filipinas, compartía su devoción: «Yo quisiera también decir una cosa muy personal. Yo quiero mucho a San José porque es un hombre fuerte de silencio. En mi escritorio tengo una imagen de San José durmiendo y durmiendo cuida a la Iglesia. Sí, lo puede hacer, lo sabemos. Cuando tengo un problema, una dificultad escribo un papelito y lo pongo debajo de San José para que lo sueñe. Esto significa para que rece por este problema».

Encomendémonos a él cada día. «Tened mucha devoción a san José, cualquier problema, cualquier cosa, os la concederá: bienes materiales y bienes espirituales, especialmente la santidad. San José tiene, unido a María, la omnipotencia suplicante que Cristo otorgó a la pureza de su fe. Pedidle la conversión de la Humanidad, suplicadle la santidad de la Iglesia, rogadle la comunión de todos los cristianos» (Fernando Rielo).

Ave José

Hace unos meses, en la Iglesia de San José de Madrid, el músico español Miguel Ángel Tallante obtenía el VII Premio Internacional de Música Sacra Fernando Rielo, con la obra “Ave Ioseph”. El texto a musicalizar, es el «Trisagio de José», oración idente que consiste en recitar en tres tiempos consecutivos un Padre nuestro, triple Ave José y un Gloria, pidiendo por mediación de José, Hijo místico del Padre, por la santidad de la humanidad; Padre místico de Cristo, por la santidad de la Iglesia; Amigo del Espíritu Santo, por nuestra propia santidad.

Recemos juntos: «Dios te salve, José, Esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo; bendito tú, el Justo que creíste, y bendito el Mesías al que como a Hijo guardaste. Santísimo José, Padre místico de Dios, ruega por nosotros, pecadores, para que seamos santos. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».

Imagen: Fragmento de la vidriera de San José, en la capilla de Nuestra Señora de la Vida Mística, de los misioneros identes, en la Catedral de La Almudena (Madrid). Foto: Carlos Viñas.