por el p. Luis Casasús, Superior General de los misioneros Identes.
New York, 23 de Junio, 2019. Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo.
Génesis 14,18-20; 1 Corintios 11,23-26; San Lucas 9,11b-17.
Cuando una persona está enferma y en un momento determinado dice que tiene hambre, experimentamos alivio porque la comida está naturalmente asociada a la vida. Así podemos entender por qué Jesús dice: Yo soy la Vida, y luego en la Eucaristía nos da un mensaje claro con el pan y el vino declarando: Este es mi cuerpo, esta es mi sangre.
Esto revela cuán grave es nuestro pecado, de modo que Él deba morir por ellos y nos asegura que nuestros pecados serán perdonados cuando creamos en que en efecto Él murió por nosotros. En la Santa Comunión, tenemos la oportunidad de llevar el poder y el fruto de la muerte de Cristo a nuestra vida, recordando y experimentando una forma muy especial de Su presencia.
¿Por qué Dios, en su providencia, eligió el pan y el vino para ser una ofrenda aceptable?
El pan que utilizamos está compuesto simplemente de trigo y agua. El vino está hecho de uvas de la vid. El trigo, las uvas y el agua son dones que recibimos de la tierra y, en última instancia, son dones de Dios. Estos ingredientes básicos se convierten en pan y vino a través del esfuerzo humano (fruto de la tierra y del trabajo del hombre; fruto de la vid y del trabajo del hombre). Tomamos estos dones y ponemos nuestras vidas junto a ellos. Nos convertimos en parte del pan y del vino. Al comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo, aceptamos su invitación a identificarnos con él.
Una de las cosas más relevantes que podemos hacer como seres humanos y también como cristianos es recordar. Cuando recordamos, el poder del pasado llega al presente, impacta nuestro momento actual y moldea nuestro futuro. Ya sea el terror y la tragedia de un suceso violento, o la alegría al evocar en una fotografía una persona querida. Lo más sorprendente y conmovedor que Dios ha hecho es enviar a Jesús a morir en nuestro lugar, es por eso que Salvador y Redentor son sinónimos de Jesucristo. Eso merece la pena recordarlo.
Pero aún más, es necesario distinguir entre recordar, que es algo de orden psicológico y lo que es un memorial, que es algo organizado y celebrado por una comunidad. Trae consigo necesariamente una reunión, agrupando a los participantes para conmemorar un evento que no quieren olvidar, algo que quieren conservar y que influya en su vida presente para asegurar la continuidad entre el ayer y el hoy. Una comida conmemorativa es una forma de recoger la historia, para ponerla al servicio del presente.
Tengamos en cuenta que la noción judía de memorial es la de un recuerdo que hace presente. Cuando Jesús dice: Hagan esto en memoria mía, está diciendo: Cuando hagan esto, ese día estaré con ustedes. Sigue entregándose a nosotros en la Eucaristía. Cuando decimos: Señor, recuerda tu iglesia …, estamos diciendo: Señor, permanece presente en nuestra iglesia, con nuestros hermanos y hermanas; Señor, sigue presente junto a los que han muerto.
Al indicar a sus discípulos que alimenten a la multitud, les enseña a tener fe y les invita a compartir su preocupación por los necesitados. En la multiplicación de los panes y los peces vemos un signo y un símbolo de lo que Dios hace siempre: Cuando Dios da, lo hace abundantemente. Nos da más de lo que necesitamos para nosotros mismos, a fin de que podamos tener algo que compartir con los demás, especialmente aquellos que carecen de lo que necesitan. Dios toma lo poco que tenemos y lo multiplica por el bien de los demás.
Cuando partí los cinco panes entre los cinco mil ¿Cuántas cestas llenas de pedazos recogieron? Y ellos le dijeron: “Doce”. Y cuando partí los siete panes entre los cuatro mil, ¿cuántas canastas llenas de los pedazos recogieron? Y ellos le dijeron: “Siete”. Y les dijo: ¿Aún no entienden? (Mc 8: 19-21).
Los números en la Biblia significan más de lo que puede parecer. Especialmente para los judíos, los números tenían un profundo significado simbólico y este es el caso en este texto. 12 es un símbolo de las 12 tribus de Israel, a quienes Cristo ha venido a salvar. 7 es un símbolo de las 7 tribus de Canaán que vivían junto a Israel y a las que también tiene que llegar el mensaje del Evangelio. Por lo tanto, Cristo está diciendo que, como Mesías, tiene una misión universal para todas las personas.
Pero los discípulos todavía no entienden y, hasta Pentecostés, continuarán esforzándose para comprender la verdadera naturaleza y misión de Jesús.
Es lamentable, pero no siempre somos conscientes de la importancia de recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Su presencia en todo su ser:
Había una vez un hombre muy pobre que vivía en una pequeña choza en las afueras de una aldea. Todos los días iba al pueblo a pedir comida. Un día un hombre santo pasó por allí cuando ya era de noche. Así que pidió descansar en la choza del pobre. Al día siguiente, cuando se marchaba, llamó al pobre hombre y le dijo: Debajo de tu choza hay unos diamantes preciosos. Cava en profundo y los encontrarás. El pobre creyó el mensaje del santo, cavó en la choza y encontró los diamantes. De ahí en adelante, dejó de ir a la aldea para mendigar, disfrutó de su tesoro y lo usó para ayudar a las personas pobres que conocía.
El propio Cristo relató una parábola en la que habla de un tesoro oculto, para ilustrar nuestra incapacidad de descubrir lo mejor de nuestras vidas, en particular la verdadera primicia del cielo y la auténtica comunión entre nosotros, lo cual estamos llamados a experimentar en la Eucaristía … ese es el tesoro escondido en el suelo de nuestra choza.
Del mismo modo, realmente no nos damos cuenta de cuántas personas están lisiadas, ciegas y mudas. Algunos de nosotros estamos deslumbrados por el poder o la debilidad, el pecado o la virtud, la sabiduría o la ignorancia, la alegría o la tristeza de quienes nos rodean. Y no escuchamos la instrucción de Jesús sobre cómo debería ser nuestra relación con ellos: Denles ustedes algo de comer. De hecho, cuando experimentamos Su amor y presencia en nuestras vidas, estaremos tan llenos de Su compasión y amor que sentimos el llamado a alimentar a todos los que tienen hambre de alimento espiritual y de la presencia de Dios. Sí, todos estamos llamados a traer el cielo a la tierra para cada ser humano, de modo que, anticipando el gozo del cielo, todos puedan ver a la plenitud de la venida de Cristo en Su gloria al final de los tiempos. La única condición es: Hagan lo que Él les diga (Mc 2: 19).
La Eucaristía me hace estar atento a todas las formas de hambre del prójimo: hambre de pan, hambre de amor, hambre de comprensión, hambre de perdón y, sobre todo, hambre de Dios.
San Juan Pablo II dijo que, en nuestro camino, Jesús va delante de nosotros, con el don de sí mismo hasta el punto del sacrificio personal, y se ofrece a nosotros como alimento y sustento. De hecho, no deja de repetirnos en todos los tiempos: Denles algo de comer, partan este pan de vida eterna para todos. Una tarea exigente y elevada. Una misión que perdura hasta el fin de los tiempos.
¿Cómo transforma y fortalece la Eucaristía nuestra vida espiritual? Podemos verlo en la vida de los primeros discípulos, quienes, en medio de desafíos externos e internos, fueron fieles a la misión que recibieron de Cristo cuando Él ya no estaba con ellos.
* En primer lugar, tenemos que contemplar y meditar sobre de la realidad del profundo amor de Dios por nosotros: La vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gal 2: 20). De hecho, todo lo que tenemos hoy son dones de Dios, de los que ninguno nace de nosotros. Todo don bueno y perfecto viene del Espíritu Santo. Y, lo más importante, recibimos el perdón de Dios una y otra vez.
* Y, en segundo lugar, en el sacrificio de la misa se nos recuerda que el sufrimiento, el sacrificio, es parte de nuestro llamado en esta vida como seguidores de Cristo: Ahora yo, atado en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me sucederá,salvo que el Espíritu Santo solemnemente me da testimonio en cada ciudad, diciendo que me esperan cadenas y aflicciones (Hechos 20: 22-23). Siempre es prudente, cuando soy la persona que sufre, preguntarme: ¿Qué está tratando de decirme Dios a través de esto? La existencia del sufrimiento es un misterio al que todos tenemos que enfrentarnos.
No siempre es sencillo reaccionar positivamente a las pruebas que encontramos en nuestra peregrinación por la vida. El desaliento aparece cuando se reciben noticias dolorosas… noticias como la enfermedad o la muerte de un ser querido, las calumnias, la privación de bienes que consideramos necesarios. Al menos, sabemos que el sufrimiento no es eterno. Por otro lado, la experiencia del dolor refina nuestra sensibilidad y la capacidad de comprender a los que se encuentran en una situación semejante y esto es particularmente importante para todos los que están llamados a cargos de responsabilidad en la comunidad.
Hoy se nos invita a examinar nuestra conciencia sobre cómo hemos utilizado este precioso Sacramento con el que Dios nos ha bendecido para cumplir nuestra misión en este mundo.
En la historia de los santos encontramos ejemplos de la verdadera fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
En el siglo III, San Tarsicio era un niño de doce años y acólito. Al ser un tiempo de persecución, no era posible celebrar la misa abiertamente, como hacemos hoy en muchos lugares del mundo, así que lo hacían en la clandestinidad, en las Catacumbas de Roma. Después de la misa, eligieron a Tarsicio para llevar la comunión a alguien que no podía asistir. El sacerdote colocó la Hostia consagrada en un recipiente especial, que Tarsicio guardó bajo su túnica, cerca del corazón. En el camino, algunos chicos estaban jugando a la pelota. Necesitando un jugador más, llamaron a Tarsicio para unirse a ellos. Cuando dijo que no podía, le preguntaron qué estaba ocultando. El sacerdote le había dicho a Tarsicio que no podía mostrar los “Misterios Sagrados” a los infieles. Los muchachos le rodearon y comenzaron a burlarse de él. Mientras sostenía con fuerza la Hostia, los chicos se pusieron furiosos, llegando a golpear y patear a Tarsicio. Finalmente vino un hombre que gritó y ahuyentó a los jóvenes violentos. Tarsicio había sido golpeado tan duramente que el hombre tuvo que levantarlo. Murió en el camino y fue enterrado en el cementerio de San Calixto. Es el santo patrón de los acólitos y de los primeros comulgantes.
Al igual que Tarsicio, muchos cristianos han dado su vida por la Eucaristía, no sólo en los primeros siglos, sino en los tiempos modernos. En muchas guerras a lo largo del siglo XX, en las cárceles y campos de concentración, los sacerdotes celebraban misas secretas para que ellos y otros prisioneros pudieran recibir la comunión.
Cuando Jesús ordenó a los Doce que alimentasen a la multitud, la primera reacción de ellos fue el asombro, la sorpresa, el sentimiento de ser llamados a una empresa desmedida, absurda e imposible. Así que hicieron una propuesta que contradecía la línea indicada por el Maestro. Sugieren enviar a la gente a sus casas, despedirlos, deshacerse de ellos. Todo el mundo piensa en resolver sus propios problemas de la forma menos complicada.
Los discípulos no se daban cuenta del regalo que Jesús va a entregar por medio de sus manos, no entienden que su bendición multiplicará infinitamente este alimento que satisface toda hambre: el hambre de felicidad, amor, justicia, paz, la necesidad de dar sentido. a la vida. Y esa es también nuestra reacción.
Se trata de las necesidades incontrolables y tan urgentes que a veces empujan a las personas a alimentarse de lo que no satisface, de lo que en realidad puede exacerbar su hambre o causar náuseas. Por esto, el Maestro insiste: es de ustedes de quien el mundo está esperando alimento, denles ustedes algo de comer.
Su Palabra es un pan que se multiplica milagrosamente: quien acepta el Evangelio y nutre con él su vida, quien acoge a la persona de Cristo al recibir el pan eucarístico, a su vez siente la necesidad de que los otros compartan su propio descubrimiento y su gozo. Empieza a repartirles también el pan que ha saciado su propia hambre. Se desencadena un proceso imparable de compartir y las doce canastas de restos permanecen siempre llenas y listas para volver a repartir. Cuantas más personas se alimentan del pan de la Palabra de Cristo y de la Eucaristía, más pan será distribuido a otros hambrientos.
No debemos olvidar que el pan eucarístico es un don, no un premio merecido y reservado para los que son buenos. Es un alimento reservado a los pecadores, no a los justos. Aunque nos damos cuenta de que no somos dignos, continuemos acercándonos al banquete eucarístico. Nos recuerda nuestro pecado y nos exhorta a convertirnos en lo que aún no somos: pan partido y vino derramado para los hermanos y hermanas.