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Vive y transmite el Evangelio

Levántese y no teman | 5 de marzo

By 1 marzo, 2023marzo 6th, 2023No Comments
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p. Luis CASASUS | Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 05 de Marzo, 2023 | Segundo Domingo de Cuaresma

Gen 12:1-4a; 2Tim 1:8b-10; Mt 17:1-9.

1. ¿Qué se llevaron los discípulos de la cima del monte Tabor?

Tres hombres, Pedro, Santiago y Juan, son apartados y conducidos por Jesús a una alta montaña. Allí, Jesús se hace luminoso y habla con dos hombres que llevaban muertos cientos de años. Inmediatamente, una nube los rodea y se oye una voz: Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia; escúchenle. Entonces bajan de la montaña y Jesús les obliga a guardar silencio.

¿Cómo podemos escuchar esta historia hoy? ¿Qué nos dice? ¿Su carácter extraño nos hace perder el punto clave? Desde luego, lo que ocurrió en el monte Tabor no debió de ser fácil de digerir, y la reacción de los discípulos lo deja claro: ¿Qué hacemos, montamos tres tiendas y nos quedamos aquí arriba?

Quizá también nosotros necesitemos comprender mejor el significado de la Transfiguración. Aunque la Iglesia reserva otro día para celebrar esta solemnidad, ahora se nos invita a reflexionar sobre lo que significa en relación con la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Inmediatamente antes de que Jesús lleve a Pedro, Juan y Santiago a la montaña, les dice a ellos y a los demás que debe sufrir, morir y resucitar al tercer día. Volverá a decírselo después de que bajen de la montaña.

Los primeros discípulos tenían nociones equivocadas sobre Jesús y Su misión: pensaban que formaban parte de un nuevo y apasionante “reino” terrenal, como atestiguan Santiago y Juan (¡junto con su madre!) pidiendo a Jesús que les sentara a Su derecha y a Su izquierda cuando llegara al poder.

La realidad es que estos tres discípulos experimentaron un cambio muy especial cuando descendieron de la montaña. Es algo que TAMBIÉN nos ocurre a nosotros, aunque sin necesidad de tener visiones que nos hagan caer al suelo temblando por la impresión recibida. Si nos fijamos bien, los dones del Espíritu Santo se manifestaron en ellos como dos realidades: luz y fuerza. Así resume nuestro fundador, Fernando Rielo, todo lo que recibimos continuamente del Espíritu Santo, aunque somos conscientes de que la lista de sus dones, analizada en detalle, es muy amplia. Pero está claro que recibieron una nueva luz para comprender el futuro que aguardaba al Maestro y su propio futuro, que incluía tanto el sufrimiento y la muerte como la resurrección. Y también recibieron la fuerza necesaria para perseverar en este plan divino.

Esta es también nuestra transfiguración personal: nuestra forma de ver los acontecimientos cambia, bajo una nueva luz, y nuestra forma de reaccionar ante lo que ocurre también se transforma por la fuerza que recibimos. Esto significa, por un lado, que podemos recordarnos continuamente que nuestro sacrificio dará fruto. La luz ilumina esta realidad, mucho más que el esfuerzo o el sacrificio que debemos hacer. Y, por otra parte, se nos concede una fuerza que nos permite perseverar; es una fuerza permanente, que no sólo se manifiesta en los momentos de entusiasmo o de éxito, sino también cuando sentimos el peso de la cruz o de la persecución, lo cual constituye en sí mismo un poderoso testimonio.

En la Transfiguración, Jesús deja claro que, aunque eliminar el sufrimiento es imposible, Dios tampoco exige lo que está por encima de nuestras fuerzas: “Dios sostiene con Su mano la carga que pone”, dice el proverbio. El sufrimiento se encuentra tanto en el camino de la santidad como en el del pecado. Pero en el primero es siempre más suave, y todo sufrimiento bien soportado desemboca finalmente en la victoria, como señala San Alfonso María de Ligorio: Hemos de sufrir, y todos han de sufrir; tanto los justos como los pecadores llevan su cruz. El que la lleva con paciencia se salva; el que la lleva con impaciencia se pierde. […] El que se humilla bajo la tribulación y se resigna a la voluntad de Dios, es trigo para el Paraíso; el que se ensoberbece y se enfurece, y así abandona a Dios, es paja para el Infierno.

La gloria que nos espera en la eternidad, en el gozo de la visión beatífica, es tan grande que justifica todos los sufrimientos que puedan sobrevenirnos. En palabras del Apóstol: Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se nos ha de revelar (Rom 8,18).

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2. La transfiguración y sus efectos permanentes. Al hablar de la transfiguración de nuestra alma, es importante recordar que nos referimos a cambios permanentes; la luz y la fuerza que recibimos del Espíritu Santo, de diversas maneras, son para siempre. No todos los “cambios” de nuestra alma son para siempre, ni siquiera los que hacemos por motivos supuestamente espirituales:

Ernesto estaba gravemente enfermo en el hospital y se estaba muriendo. Estaba tan desesperado que le dijo al médico: Doctor, si realmente consigue salvarme la vida, donaré la mitad de mi riqueza a los pobres y necesitados. Ahora me doy cuenta de lo egoísta que he sido en mi vida y con mi riqueza. El médico respondió Ernesto, solo puedo hacer lo que pueda; reza para que Dios te cure; en realidad depende de Dios y no de mí. Ernesto parecía triste y las lágrimas se deslizaban de sus ojos, y dijo: Señor, ten piedad de mí y sálvame. Milagrosamente, sobrevivió a la operación y se recuperó.

Tres meses después, cuando Ernesto se reunió con el médico para la consulta, éste le recordó: Ernesto, es un verdadero milagro que hoy estés vivo. Había perdido la esperanza de que sobrevivieras a la operación, pero Dios es tan bueno y misericordioso que te ha salvado la vida. El médico añadió entonces: ¿Recuerdas que, cuando te estabas muriendo, dijiste que donarías la mitad de tu fortuna a los pobres y necesitados si te recuperabas? Ernesto se detuvo un momento y dijo ¿Dije eso? Oh, ¡en verdad debía de estar muy enfermo!

Pedro negó a Jesús en el patio del sumo sacerdote y Santiago, como el resto de los discípulos, abandonó a Jesús. Sólo Juan escuchó a Jesús y no se escandalizó por su Pasión y Muerte. Cuando llegó el momento crítico entre la noche del Jueves Santo y la primera aparición de Jesús el Domingo de Resurrección, Pedro y Santiago no escucharon, abandonaron a Jesús. Su abandono de Jesús fue solo temporal, mientras que Juan permaneció fiel durante la Pasión de Jesús. Más tarde, los tres se hicieron grandes testigos de Jesús. Pedro llegó a ser el primer Papa y obispo de Roma. Santiago fue ejecutado en Jerusalén por Herodes por dar testimonio de Jesús (Hechos 12,2), y Juan fue el autor del Cuarto Evangelio. Así pues, los tres discípulos sí escucharon a Jesús, aunque dos de ellos fueron temporalmente infieles durante la Pasión de Jesús. La visión momentánea de Cristo se dio con el fin de fortalecer a los tres discípulos para afrontar las pruebas a su fe, a saber, el sufrimiento y la crucifixión que experimentaría Jesús.

La Transfiguración es la promesa de la semejanza de familia en la casa de Dios. Nos hacemos semejantes a aquello que amamos. Nos hacemos semejantes a quien amamos. Amando a Cristo, viéndole, oyéndole, nos hacemos semejantes a Él; mientras oramos, si creemos realmente en el poder del Espíritu Santo para hacer de nosotros lo que aún no somos, nuestra alma se transforma realmente. San Pablo dijo de los cristianos auténticos que reflejan como en un espejo la gloria del Señor (2Cor 3, 18). Y esto no es algo superficial, pues el yo natural se está transformando en el nuevo yo espiritual: así como hemos llevado la imagen de lo terrenal, llevaremos también la imagen de lo celestial. Y no se trata de algo sentimental o emocional: Transfórmense por medio de la renovación de su mente (Rom 12, 2), dice San Pablo; y podemos pensar agradecidos en cómo Dios ya ha empezado a hacerlo.

A veces pensamos que nuestro testimonio consiste en que nos vean como personas “prácticamente perfectas”, demostrando que tenemos muchas virtudes, pero Cristo dice que la mayor alegría que podemos dar al cielo es nuestro arrepentimiento. Además, que los demás vean que somos capaces de CAMBIAR, de dar un paso, de transformarnos recibiendo la gracia, les permitirá comprender la presencia activa de la Trinidad en nuestras vidas, en la tuya, en la mía, en la suya.

La Cuaresma tiene este carácter de ayuno de nuestras pasiones, de dejar algo en el camino, para acoger nuevas gracias, nuevas manifestaciones de los dones de sabiduría, fortaleza y piedad. Como dijo una vez el Papa Francisco: Necesitamos momentos para escalar montañas y alejarnos de lo ordinario. La Cuaresma es un tiempo así, en el que, al renunciar a algo, asumimos otras cosas (2014).

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3. La Transfiguración de Cristo es… para nosotros. Y la nuestra…. para nuestro prójimo. Tengamos en cuenta que este cambio producido en nuestra alma, que es ciertamente extático, no tiene simplemente la finalidad de hacernos soportar mejor las dificultades, sino que constituye, conscientemente o no, una confirmación para los demás, una verdadera luz del mundo, como nos dice el propio Cristo.

Éste es uno de los objetivos clave del camino espiritual: no la superación personal mediante nuestros propios esfuerzos, sino la participación en la vida divina mediante la gracia de Dios. Hay una historia de la antigua tradición monástica que ilustra este punto.

Un monje fue a ver a Abba José y le dijo: Abba, en la medida de mis posibilidades hago mis tareas. Ayuno algo. Rezo. Medito. Vivo en paz y, en la medida que puedo, purifico mis pensamientos. ¿Qué más puedo hacer? Entonces el anciano se levantó, extendió las manos hacia el cielo y sus dedos se hicieron como diez lámparas de fuego, y le dijo: ¿Por qué no te conviertes en una llama?

Aquí vemos al primer monje describiendo la buena vida que intenta llevar. Es de suponer que reza ayuna, vive en paz e intenta tener buenos pensamientos. La dificultad, el problema, no está en lo que hace, sino en su creencia de que la “superación personal” es el alcance de la vida.

Abba José no responde sugiriéndole otras prácticas espirituales que podría probar; ya está haciendo bastante. En lugar de eso, le responde diciéndole que no se conforme con una visión disminuida de su potencial. Le dice que crea que realmente puede compartir la gloria de la transfiguración.

El principal esfuerzo de nuestra vida espiritual, tal como lo ilustra este relato, consiste en tender las manos hacia el Cielo y ser transfigurados por la luz de Dios. La vida en Cristo está impregnada del poder del Espíritu Santo.

Además de ser un testimonio para los demás, nuestra Transfiguración, la nueva luz que recibimos, cambia nuestra perspectiva de tal manera que nos sentimos atraídos a vivir la misericordia. Nuestra transfiguración se produce cuando nuestros ojos se abren y nuestros corazones cambian. Y a las personas que antes nos parecían tan diferentes, a las que solo veíamos como “faltas de sensibilidad” o “llenas de obsesiones”, las veremos como realmente son: hechas a imagen de Dios, igual que nosotros. La Transfiguración nos recuerda que las cosas parecen distintas cuando uno se encuentra en la presencia misma de Dios.

La Transfiguración que vivimos cada día tiene momentos de especial intensidad. La voz del Padre se oyó en el monte Tabor diciendo: Éste es mi Hijo amado, escúchenle. Debemos preguntarnos si también nosotros nos esforzamos por escuchar la voz del Padre y de Cristo, sin olvidar los “gemidos” del Espíritu Santo.

Este esfuerzo implica también momentos especiales en los que abandonamos toda actividad y nos ponemos en silencio ante Dios, ante su santa montaña, preferiblemente ante la Eucaristía, y depositamos ante Él lo más profundo de nuestras preocupaciones, alegrías y sueños. Estos momentos de retiro espiritual, que no todos acogemos con afectuosa obediencia y que casi nunca son espectaculares, son los que mejor reflejan la realidad de este proverbio de nuestro Padre Fundador: Se reconoce la verdadera plegaria porque, cuando cesa, no somos lo mismo.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASÚS

Presidente