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Dos mundos, dos reinos, dos vidas | Evangelio del 9 de noviembre

By 5 noviembre, 2025noviembre 6th, 2025No Comments

Evangelio según San Lucas 20,27-38
En aquel tiempo, acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer».
Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven».

Dos mundos, dos reinos, dos vidas

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 09 de Noviembre, 2025 | XXXII Domingo del Tiempo Ordinario

2Mac 7:1-2.9-14; 2Tes 2: 16-3,5; Lc 20: 27-38

La pregunta de los saduceos a Jesús: ¿de cuál de los siete hermanos será esa mujer en la resurrección?Es más que una trampa tendida al Maestro y más que un menosprecio a la mujer, lo cual es claro para nuestra mentalidad actual.

Representa, en el fondo, nuestro problema central en la vida moral, que se manifiesta como un Defecto Dominante, unido al Apego al mundo y a una falta de Abnegación. Esta “triple alianza” no es siempre percibida por nosotros. Muchos experimentados y santos moralistas han hablado de la raíz del pecado y han dado opiniones diversas, pero no contradictorias, sobre cuál esa raíz del pecado, o el pecado más radical, más destructivo; pero en todo caso nos han enseñado cómo intervienen el instinto, la personalidad y la malicia de espíritu.

Un ejemplo notable es el de San Pablo, que, después de una larga lucha personal y de haber derramado muchas lágrimas por las comunidades de varias ciudades, dice en 1Tim 6: 10 que la raíz de todos los pecados es la concupiscencia o avaricia.

La malicia de espíritu en la moral cristiana se refiere a una actitud interior deliberada de rechazo al bien, una disposición voluntaria hacia el pecado y el daño, que se opone directamente al amor y la verdad de Dios. Así, la malicia no es solo un acto externo de maldad, sino una intención consciente de hacer el mal, incluso sabiendo que es contrario a la voluntad divina.

Es el rechazo del bien por elección: La persona maliciosa no solo comete actos malos, sino que abraza el mal como estilo de vida, rechazando la gracia y la verdad, lo cual sin duda es un formidable obstáculo para la conversión, pues impide el arrepentimiento y bloquea la acción del Espíritu Santo.

Nuestro padre Fundador lo explica así: La malicia del espíritu es degradación más esencial (ontológica) y tiene lugar cuando el ser humano, en el uso de su libertad decide la mentira pudiendo inclinarse por la verdad; decide el mal, pudiendo decidir el bien; decide la fealdad, pudiendo decidir la belleza.

Da la impresión que ese fue el caso de los saduceos en el incidente de hoy, pero no nos corresponde juzgarles, sino más bien meditar si hay ocasiones en las que la complejidad de mi alma se rebela contra lo mejor que el Espíritu Santo me inspira en el corazón.

En eso mi vida sería una imagen lamentablemente fiel de un saduceo: una persona acomodada (financiera, religiosa o emocionalmente); más o menos inconscientemente explotando a los demás, como ellos, que negociaban en el Templo con la buena fe de quienes los veían como intermediarios con Dios. Las riquezas y el prestigiosa les deslumbraban y les hacían difícil pensar en el Dios que traía Jesús: Dios de vivos, no de muertos.

El mensaje de Cristo estaba claro: no se trata de una resurrección como la que proclamaban los fariseos, es decir, un regreso a este mundo, pero sin problemas, guerras, enfermedades…sólo una nueva existencia terrena feliz y llena de gozo. Las últimas palabras de Jesús sobre Dios son totalmente reveladoras: para Él, todos viven. Los que recibieron la vida divina ya no mueren. Ahora, en este mundo, tenemos además, otra forma de vida, que por supuesto desaparecerá como les ocurrió a los dinosaurios, a los ratones o a las personas que ya fallecieron.

La vida que nos espera tras haber pasado por este mundo, es demasiado diferente, no la podemos comprender. Como dice San Pablo: Lo que jamás vio ojo alguno, lo que ningún oído oyó, lo que nadie pudo imaginar que Dios tenía preparado para aquellos que lo aman (1Cor 2: 9). En realidad, aunque nos cause una comprensible curiosidad, no necesitamos comprenderlo, de igual manera que un feto no necesita ni puede comprender cómo será su vida después del nacimiento; su mundo aún no tiene espacio para esa idea.

De todas formas, el propio Cristo nos da un anticipo con sus apariciones tras la Resurrección. No sólo eso: cada uno de nosotros tiene una íntima certeza de que “algo” en nosotros no puede morir, como tantas veces los artistas han expresado con su música, hablando de un amor eterno.

La Primera Lectura es un ejemplo conmovedor de esta profunda seguridad; los siete hermanos Macabeos se enfrentan a la tortura y a la muerte con una fortaleza que no era de este mundo y que a todos sorprendió. Como dijo el Papa Francisco:

Dios es siempre más grande de cómo lo imaginamos; las obras que realiza son sorprendentes respecto a nuestros cálculos; su acción es diferente, siempre, supera nuestras necesidades y nuestras expectativas; y por eso no debemos dejar nunca de buscarlo y de convertirnos a su verdadero rostro (11 DIC 2022)

—ooOoo—

Una vez más, me gustaría recordar lo poderosa que es la presencia divina en nuestras vidas, no sólo estar seguros de que nos prepara una morada eterna… para después de la muerte. Me refiero a esa consciencia de que nos tutela, de que la experiencia pasada de haber sido perdonados nos garantiza que lo hará de nuevo. Somos privilegiados en medio del sufrimiento, pues quien no ha recibido el don de la fe no tiene la misma experiencia. De los niños podemos aprender que no hace falta recibir constantemente bienes de los padres, que seguramente el bien más bello y consolador es su presencia.

En algunas culturas africanas, una persona se convierte en adulta a través de los llamados ritos de iniciación. Cuando un niño de entre doce y quince años siente que ha alcanzado la edad para convertirse en adulto, entra en la fase preparatoria de esos ritos. Durante la fase final, los cazadores y guerreros del pueblo le vendan los ojos ceremoniosamente y lo llevan al bosque alrededor de las 10 de la noche. Lo dejan en medio del bosque con los ojos vendados durante el resto de la noche. Los cazadores regresan al bosque a primeras horas de la mañana para juzgar si el niño se ha quitado la venda o no. Si observan que el niño se ha quitado la venda durante la noche, queda descalificado para la edad adulta y será considerado un bebé o un niño pequeño durante el resto de su vida. Si el niño ha cumplido las normas, los cazadores y guerreros lo llevarán ceremoniosamente a la aldea y lo iniciarán en la edad adulta.

Un hombre que pasó por este rito de iniciación compartió su historia. Contó cómo los cazadores y guerreros lo llevaron al bosque y lo dejaron allí toda la noche. Dijo: Fue la noche más larga de mi vida. Relataba cómo oía cada hoja que caía en el bosque. Muchas veces sintió la tentación de quitarse la venda de los ojos y ver lo que sucedía a su alrededor, pero cuando pensaba en la vergüenza que sufriría durante el resto de su vida, se armaba de valor y mantenía la calma. Por la mañana, los cazadores y guerreros regresaron al bosque, le quitaron la venda y lo llevaron de vuelta a la aldea, donde fue iniciado ceremoniosamente en la edad adulta.

Después de completar los ritos de iniciación, uno de los guerreros le explicó que no estaba solo en el bosque, que su padre, que también era cazador y guerrero, estaba bien armado y se había sentado a su lado toda la noche.

Cuando escuchó que su padre había estado a su lado toda la noche, se arrepintió de haberla pasado en vela, lleno de miedo y ansiedad. Dijo: Ojalá alguien me hubiera dicho que no estaba solo; ojalá alguien me hubiera dicho esa noche que mi padre estaba sentado a mi lado, habría dormido como un bebé. ¡Qué noche tan desperdiciada! La pasé en pánico, sin saber que mi padre me estaba protegiendo. ¡Qué noche tan desperdiciada!

Esta también es nuestra historia. Al final de nuestra estancia aquí en la tierra, por la gracia de Dios, cuando lleguemos al cielo, se nos quitarán las vendas de los ojos y entonces las cosas que ahora nos son invisibles se harán visibles. Entonces podremos mirar atrás y ver que en los momentos en que pensábamos estar solos en la tierra, no estábamos solos; Dios estaba con nosotros. Descubriremos que en las noches en que pensábamos que estábamos solos en la oscuridad, Dios estaba con nosotros.

Entonces comprenderemos las palabras del Salmo 139: Me rodeas por delante y por detrás, posas tu mano sobre mí. Entonces comprenderemos cuánto tiempo, energía y oración desperdiciamos preocupándonos mientras Dios Padre nos protegía. Entonces, tal vez diremos entre lágrimas: ¡Qué vida tan desperdiciada! Si alguien me hubiera dicho que no estaba solo, no habría cedido a la depresión, no habría cedido a la ansiedad; habría aprovechado al máximo mi vida en la tierra. Ese, probablemente, será nuestro momento de Purgatorio.

Pero todo esto no es una amenaza, sino una llamada a estar despiertos, a diferencia de los discípulos en el Huerto de Getsemaní, de las vírgenes necias de la parábola o (Mc 13: 35-36) o de los siervos negligentes que no cuidan la casa de su Señor(Mc 13: 32-37). Demasiados ejemplos de sopor espiritual…

Porque tenemos siempre la oportunidad de despertar, aunque hayamos perdido mucho tiempo. Cada instante, cada minuto que Dios nos da es único y nos permite hacer un bien irrepetible: Despierta, tú que duermes, Y levántate de entre los muertos, Y te alumbrará Cristo (Ef 5: 14). Aparentemente, los saduceos no quisieron despertar del mundo iluso que habían creado para sus placeres y sus lujos e incluso la historia registra su triste final, como lección para todos, en el año 70 d. C.

Ojalá que nuestra íntima lección de hoy sea seguir el deseo de San Pablo en la Segunda Lectura:

Que el Señor dirija vuestros corazones hacia el amor de Dios y la paciencia en Cristo.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente