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La esperanza en los momentos desesperados | Evangelio del 30 de noviembre

By 26 noviembre, 2025No Comments

Evangelio según San Mateo 24, 37-44
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada.
»Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».

La esperanza en los momentos desesperados

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 30 de Noviembre, 2025 | Primer Domingo de Adviento

Is 2: 1-5; Rom 13: 11-14a; Mt 24: 37-44

Todos sabemos que la palabra “Adviento” significa llegada, venida. Es un término dinámico; nuestra unión con Cristo no es una historia que termina en cierto momento, como si se tratase de obtener un permiso para conducir o un diploma universitario. Generalmente, se dice que las llegadas de Cristo son tres: su nacimiento en Belén, la “venida intermedia”, como decía San Bernardo de Claraval, llegada invisible, en el corazón y, por fin, la venida final que alimenta nuestra esperanza en la consumación de la vida eterna.

Es claro que la primera y la última venidas han de ser objeto necesario de nuestra contemplación, pues son más que hechos puntuales pasados o futuros. Pero, sobre las “venidas intermedias” tenemos una responsabilidad especial, pues son personales y cada vez diferentes; siempre tienen un contenido y un significado que nos unen directa e inmediatamente a las Personas Divinas.

El Adviento ilumina un rasgo de la oración que era particularmente visible en Jesucristo: su carácter preventivo, su sentido preparatorio para acoger la visita divina. Nuestro padre Fundador nos instruyó sobre esta dimensión del Espíritu Evangélico, que nos lleva a acercarnos a Dios no sólo en los momentos de agobio, de impotencia, en las tentaciones o durante las tormentas de las pasiones, sino en las ocasiones en que estamos inmersos en nuestras actividades habituales, en el reposo o en tareas tan normales como eran en la época de Jesús trabajar en el campo o en el molino.

Recordemos un famoso episodio en la vida de San Martin de Tours. El gesto tiene lugar alrededor del año 335. Como miembro de la guardia imperial, el joven soldado es mandado con frecuencia a realizar las rondas nocturnas. Y en una de éstas, durante el invierno, se topa mientras iba a caballo con un mendicante semidesnudo. Martín siente compasión por él, se quita el manto, lo corta en dos y le regala una mitad al pobre. La noche siguiente se le aparece Jesús en sueños, vestido con la parte del manto que había abrigado al pobre, y dice a los ángeles: He aquí Martín, el soldado romano que no está bautizado: él me ha vestido.

Aunque el ejemplo de San Martín nos parezca muy particular, recoge el carácter inesperado y provocador de toda venida intermedia , así como el papel de nuestro prójimo como “señal viviente” para alertarnos de ese adviento íntimo.

Volviendo a la dimensión preventiva de la oración, hemos de reconocer que ponemos mucha atención para preparar acontecimientos de llegada en momentos especiales de la vida cotidiana, como recibir invitados en nuestra casa, una entrevista de trabajo, o el nacimiento de un niño en la familia. Pero el no hacerlo al iniciar cualquier día, sabiendo que ignoramos qué nos va a pedir la Providencia o cómo las dificultades pueden debilitar nuestras mejores intenciones, es una prueba de la debilidad de nuestra fe.

El mejor ejemplo de esta oración es la de Jesús en Getsemaní (Mt 26: 36-41) antes de ser arrestado Cuando se retira a orar, dice a sus discípulos: Velen y oren para que no desfallezcan en la prueba. Es cierto que tienen buena voluntad, pero les faltan las fuerzas.

Esta oración no se hace en medio de una prueba, sino antes de que llegue, como preparación espiritual. Incluso tiene el sentido de estar listo para las situaciones inesperadas que nos pueden asaltar, o para estar despiertos a las sugerencias sutiles del Espíritu Santo.

En Getsemaní, los discípulos están vencidos por la tristeza y el agotamiento físico. Aun así, se atreven a confiar en su propia fuerza. Momentos antes, Pedro había dicho con arrogancia: ¡Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte! (Lc 22: 33).

Al no haber orado preventivamente, el sistema de defensa espiritual de los discípulos es nulo. Su respuesta a la crisis es un desastre y -como nos ocurre a nosotros- reaccionamos como esclavos de nuestro carácter y de nuestros instintos. En esta ocasión, contemplamos tres actitudes bastante tristes:

* La violencia: Pedro saca una espada y ataca a un sirviente. Un acto impulsivo, nada espiritual.

* La huida: Todos los discípulos, al ver a Jesús arrestado, se dispersan y huyen.

* La negación: Pedro, el que estaba más seguro de sí mismo, niega tres veces conocer a Jesús.

Hay un momento sorprendente en el Antiguo Testamento, donde vemos a Nehemías insistir y perseverar en esta oración preventiva (1Sam 23: 1-5):

Cuando informaron a David de que los filisteos estaban atacando Queilá y saqueando las eras, David consultó al Señor: ¿Puedo ir a atacar a esos filisteos?

El Señor le respondió: Sí, derrota a los filisteos y libera Queilá.

Pero sus hombres le dijeron: Mira, si aquí en Judá vivimos atemorizados, cuánto más si vamos a Queilá a luchar contra las huestes filisteas.

David volvió a consultar al Señor, y el Señor le respondió: Marcha hacia Queilá, porque voy a poner a los filisteos en tus manos. Entonces David y sus hombres marcharon hacia Queilá, atacaron a los filisteos, les infligieron una dura derrota y se llevaron sus ganados.

En la Última Cena (Lc 22: 31-32), Jesús le da a Pedro un ejemplo perfecto de oración preventiva de intercesión: Simón, Simón, mira que Satanás ha reclamado a ustedes para zarandearlos como a trigo. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca.

Jesús sabía que Pedro iba a caer, negándolo, pero la oración preventiva de Jesús no fue para evitar que Pedro cayera, sino para que su fe no «desfalleciera» permanentemente. Fue una oración para asegurar que, después de la caída, Pedro tuviera la gracia del arrepentimiento y pudiera volver a su camino y fortalecer a los hermanos.

El discípulo de Cristo no reza preventivamente para evitar las pruebas, sino para tener la fuerza de no ser destruido por ellas.

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No perdamos de vista el mensaje de la Primera Lectura: La oración, verdaderamente preventiva, de un profeta como Isaías, invita al pueblo de Judá a mirar al futuro con serenidad y perseverancia, a pesar de estar sometido a la constante amenaza de los asirios, Era además una época dura, de corrupción y tensiones sociales, siendo difícil creer que Dios no abandonaría a su pueblo y por eso muchos recurrían a los ídolos y a la confianza en sus propias fuerzas.

A cada uno de nosotros nos pasa algo semejante, aunque nuestra época y nuestra cultura sean muy diferentes; no reconocemos los bienes recibidos de Dios y por eso no somos capaces de vivir con esperanza: hay muchos tipos de abandonos de la vocación, pérdida del entusiasmo ante la dificultad y, esencialmente, poca esperanza.

El ingenioso escritor inglés G. K. Chesterton (1874-1936) dijo: La esperanza significa esperar cuando la situación es desesperada, en los demás casos, no es ninguna virtud… En verdad, la oración preventiva nos dispone para recibir el don de la fortaleza que hace crecer nuestra esperanza.

También en la Segunda Lectura, San Pablo llama a despertarnos del sueño, de lo que parece más real y no es sino pasajero, aunque sea un dolor profundo o un consuelo agradable y seductor. No olvidemos que, antes de afrontar el momento más duro de su vida, Jesús no vaciló en recurrir a la oración: Siento en el alma una tristeza de muerte. Quédense aquí y permanezcan despiertos conmigo (Mt 26: 38).

La conclusión del Evangelio de hoy está llena de la esperanza de Adviento. Puede parecer una amenaza, comparando la forma de actuar del Señor con el comportamiento de un ladrón que pretende sorprendernos, pero es una de las formas de expresión que se utilizaba en la literatura espiritual de esa época, para hacernos ver lo fácil que es perder la oportunidad de ser salvados ahora mismo, es decir, de poder vivir una vida plena, en vez de ser víctimas de cualquier pesimismo o desilusión. El Evangelio, por definición, es “Buena Nueva” y nos invita siempre a mirar más lejos.

Cuando Jesús hace referencia a los tiempos del diluvio, no menciona la maldad de las personas ni sus pecados, sino que se fija en su inconsciencia y falta de sensibilidad, absorbidos por los afanes, problemas y dificultades de la vida. Igual que nos sucede a nosotros hoy.

Como dice la Primera Lectura, vivir en oración es comparable al esfuerzo de ascender por una montaña, pero el premio está garantizado: Subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos. La enseñanza del texto evangélico de hoy no es solo sobre el fin de los tiempos, sino también sobre cómo vivir cada día preparados, con fe y responsabilidad.

El Evangelio de hoy describe unos momentos de la vida de Jesús con los discípulos, cuando éstos se fijaba con admiración en la belleza del Templo; pero, una vez más, el Maestro les hace mirar más lejos.

Terminemos con un relato, aunque sea algo “mundano”, para tener presente que lo inesperado llega, y solo quienes están listos pueden afrontarlo con paz.

En una gran ciudad, la vida transcurría con normalidad. La gente iba al trabajo, los niños a la escuela, los comercios abrían sus puertas. Todo parecía rutinario, previsible.

Una noche cualquiera, sin aviso, un apagón masivo dejó a la ciudad en completa oscuridad durante dos días. Los semáforos se apagaron, los trenes se detuvieron, las comunicaciones se cortaron. Muchos quedaron atrapados en ascensores, otros en el metro. La mayoría estaba desprevenida: no tenían linternas, agua ni planes de emergencia.

Sin embargo, algunas familias que habían pensado con anticipación en la posibilidad de un corte eléctrico -guardando velas, baterías y alimentos básicos- pudieron sobrellevar la situación con calma e incluso ayudar a otros. Mientras algunos estaban confundidos y desesperados, ellos tenían luz en sus casas y serenidad en sus corazones.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente