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Vive y transmite el Evangelio

Un vaso y un lago | Evangelio del 26 de mayo

By 22 mayo, 2024No Comments
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Evangelio según San Mateo 28,16-20:

En aquel tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

Un vaso y un lago

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 26 de Mayo, 2024 | La Santísima Trinidad

Dt 4: 32-34.39-40; Rom 8: 14-17; Mt 28: 16-20

El genio de Santo Tomás de Aquino le llevó a reflexionar sobre la Santísima Trinidad; cómo era “por dentro” y cómo se manifestaba a los seres humanos. Algo muy interesante es que se preocupó por comprender qué significaba que estuviésemos creados a imagen y semejanza de Dios.

Así empezaba a quedar claro que lo importante no es tener una explicación lógica sobre el misterio de la Santísima Trinidad, sino ser conscientes de cómo somos su imagen, por muy infieles que hayamos sido a esta realidad. El no meditar, el no contemplar este hecho, nos lleva a una vida incompleta, en la que faltan los frutos que Dios y el prójimo espera de nosotros y nos quedamos en la triste mirada a las dificultades y penalidades de la vida.

Me gustaría ilústralo con una de esas historias de sabor oriental, cuyos relatos espirituales tienen una intuición de lo que Cristo nos ha revelado con toda claridad.

Un anciano maestro espiritual se cansó de que su aprendiz se quejara todo el tiempo, así que, una mañana, le envió a buscar sal. Cuando el aprendiz regresó, el maestro indicó al afligido joven que pusiera un puñado de sal en un vaso de agua y que se lo bebiera.

¿A qué sabe? preguntó el maestro.

Amargo, respondió el joven.

El maestro sonrió y luego pidió al joven que tomara el mismo puñado de sal y lo vertiera en el lago. Los dos caminaron en silencio hasta el lago cercano, y una vez que el aprendiz agitó su puñado de sal en el agua, el anciano dijo: Ahora bebe del lago.

Mientras el joven terminaba de beber, el maestro preguntó: ¿Qué tal sabe?

Mucho más fresca; observó el aprendiz.

¿Sientes el sabor de la sal? preguntó el maestro.

No; respondió el joven.

Ante esto, el maestro se sentó junto al joven que tanto le recordaba a sí mismo y le dijo: El dolor y las dificultades de la vida son sal pura, ni más ni menos. La cantidad de dolor de la vida sigue siendo la misma, exactamente la misma. Pero la cantidad de amargura que probamos depende del recipiente en el que ponemos el dolor. Así que cuando sientes dolor, lo único que puedes hacer es ampliar tu sentido de todas las cosas… Deja de ser un vaso. Conviértete en un lago.

Ciertamente, el lago tiene sus orillas, pero no es lo más importante, al contrario de lo que ocurre con las paredes del vaso. Tal vez podríamos interpretar esta sugerente historia pensando que ese lago es nuestra alma.

Sí; nuestra alma es un lago, que reposa en ese cuenco que forman las manos del Padre. Tenemos creatividad, iniciativas y una libertad interior, pero no nos hemos “inventado” a nosotros mismos, ni siquiera podemos conocernos bien. Olvidamos que Dios Padre tiene un plan para cada uno de nosotros, que ninguna contrariedad ni ninguna infidelidad por nuestra parte puede desbaratar. Así nos lo recuerda hoy la Primera Lectura, con el tono severo e imponente del Antiguo Testamento. Con la Palabra de Jesús y su testimonio, hoy entendemos aún mejor que la misericordia del Padre se manifiesta en que continúa llamándonos después de cada negación por nuestra parte, después de cada torpeza o acción llena de insensibilidad. Estamos seguros de ello porque sentimos que nada más puede sujetar nuestra vida, nuestros pequeños actos de amor y nuestra poca fe.

Las aguas que llegan y parten del lago son el Espíritu Santo, que nos llena, como dice la oración tradicional: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, enciende en ellos el fuego de tu amor,y a la vez nos empuja a compartir con el prójimo sediento de Dios todo lo que recibimos en la oración. Cuando somos conscientes de que TODO lo que tenemos es recibido, de mil formas, desde muchos ríos y torrentes, entonces cesan nuestras lamentaciones sobre los defectos de los demás, la falta de tiempo o nuestra propia (e indudable) mediocridad. Recibimos la vida, la fe, la fortaleza, pero también la confianza de un Dios que espera que demos un testimonio en las situaciones más difíciles e inesperadas.

Finalmente, Cristo es el sol, la luz que ilumina las aguas, mostrándonos el camino a seguir, sobre todo con la autoridad de su ejemplo.

Muchos de nosotros somos, o nos comportamos, como el vaso, en el cual dominan los límites que ni siquiera nos dejan imaginar que somos morada de la Trinidad y sin embargo contemplamos nuestra vida como si fuera simplemente una sucesión sin fin de problemas a resolver.

De la Santísima Trinidad, lo que nos interesa no es simplemente que exista, ni que la comprendamos, sino que está dentro de nosotros y a la vez a nuestro lado, como decimos de un amigo.

De hecho, en la Primera Lectura, Moisés exige la obediencia del pueblo a Dios sólo porque este Dios tomó contacto con ellos de forma intensa.  El Señor actuó en sus vidas y en su historia, liberándoles de sus enemigos, especialmente de la esclavitud.  En verdad, habían oído la voz de Dios, le habían visto en la naturaleza, truenos, relámpagos, una columna de fuego y nubes. Fueron testigos del poder de Dios sobre la naturaleza en las Diez Plagas y en su lucha contra los egipcios y sus enemigos en su marcha hacia la Tierra Prometida.

Nuestro caso no es diferente. Hemos de contemplar que tenemos una relación personal, con Tres Personas que se manifiestan a nosotros

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La exhortación apostólica Evangelii Gaudium representa el énfasis del Papa Francisco en nuestra llamada divina a vivir en comunidad con los demás, un mensaje muy necesario en una época en la que tantos se sienten atraídos por lo que ha sido descrito como la soledad interactiva de las comunidades virtuales. El hecho de que hayamos sido creados a imagen de la Trinidad -la perfecta comunión divina- nos recuerda a todos que estamos destinados a vivir en comunión con los demás, que nadie camina ni se salva solo, que en el cielo nos esperan y nos acogerán almas que hemos querido y otras que no sospechamos. Así nos lo recuerda Francisco.

La celebración de la Eucaristía comienza con un saludo de bienvenida: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Algunas personas preguntan el porqué de estas palabras, que parecen demasiado formales para lo que pensamos es una comida fraterna. Pero la Santa Misa es todavía más que eso. Es una invitación de la Santísima Trinidad para que entremos en la intimidad de su amor. Ese es el tono de la Segunda Lectura, donde San Pablo nos recuerda que no hemos recibido un espíritu de esclavitud y miedo, sino el carácter filial, y esto lo proclama en muy pocas líneas, mencionando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Quedaba claro para San Pablo, un verdadero intelectual de su época, que la Santísima Trinidad no es meramente un asunto de reflexión académica, ni una devoción cualquiera.

Pensemos en lo que significa el gesto sencillo de la cruz que hacemos en esa oración tan condensada, cuando nos santiguamos.

Nos tocamos la frente por el Padre, el que nos creó. Aquí es donde empezamos, en la mente de Dios, el Creador de nuestro mundo. Ese dedo en la frente es un recordatorio no sólo de un Creador, sino de un Dios tan totalmente enamorado de nosotros que envió a su único Hijo para atraernos de nuevo a su presencia. Es el mismo Padre que mencionamos como Padre nuestro que estás en los cielos.

Nos tocamos el corazón por el Hijo, aquel cuyo amor incesante le llevó hasta la cruz, y aquel que nos enseñó, también a nosotros, a amar a través de su propio Sagrado Corazón. Dio la prueba definitiva y agonizante de Su amor por nosotros en la cruz.

Nos tocamos los hombros por el Espíritu Santo: el que nos da la fuerza, sobre cuyos hombros somos llevados, y que nos permite ser los brazos de Dios, trabajando en la tierra. Con el Espíritu Santo alrededor, nadie está nunca solo. Dios, a través del Espíritu Santo, está siempre con nosotros. Lo que abarcamos en bendición, el Espíritu Santo lo fortalece en vida para que podamos llevar mejor nuestras cargas y responsabilidades.

Jesús explicó a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único (Jn 3: 16-18). Los teólogos han calificado esta declaración de amor de “evangelio en miniatura”, porque habla en pocas palabras de dimensiones inconmensurables del amor salvador de Dios.

El santo mártir Oscar Romero, arzobispo de San Salvador, sugirió que, si este breve texto representa el Evangelio, entonces Cristo es la voz que nos sigue explicando que Dios es amor, que Dios es poder, y que el espíritu de Dios está sobre Jesús y él es la Palabra divina, la presencia de Dios entre nosotros. El Evangelio de hoy también afirma que la motivación de Dios para desear comprometerse con la humanidad es el amor, inexplicable, inconmensurable, inmerecido. Esta misma cualidad de amor es característica de todas las propuestas de Dios hacia nosotros.

Por ejemplo, cuando Dios eligió a Israel para que formara parte integrante del plan divino, la razón que el autor del Deuteronomio fue el amor: Si Dios puso su corazón en vosotros y os eligió, no fue porque fueran mayores que ninguna otra nación; ¡eran el más pequeño de todos los pueblos! Fue por amor a ustedes (Deut. 7: 7-8). Fue este amor el que se hizo carne en Jesús y habitó entre nosotros.

Al continuar la celebración eucarística, escuchamos la expresión la comunión del Espíritu Santo, usada por San Pablo, que nos recuerda la relación íntima que cada uno de nosotros tiene con el Espíritu Santo. Cristo Resucitado derrama su Espíritu Santo sobre cada uno de nosotros. Gracias a que el Espíritu Santo mora en nosotros, podemos llamar “Señor” a Jesús (1 Cor 12: 4); y, es en el poder del Espíritu Santo como llamamos “Padre” a Dios (Gal 4: 6).

Este hecho maravilloso explica por qué el poeta francés Paul Claudel (1868-1955) afirmó que debemos enseñar que nuestra única obligación en el mundo es estar alegres. Para los que están en relación con Dios y tienen una intimidad con Él, su única tarea es estar alegres.

Nuestro Padre Fundador, en Diálogo a Tres Voces, ruega a Dios que podamos vivir en esta alegría mística, que el mundo no da: Pido a Dios que los miembros de la Institución se caractericen por la alegría, una alegría en todas las cosas que no sea como las alegrías pasajeras de este mundo. Quiero que crezcan con esta alegría mística hasta tal punto que vean la tierra desde el cielo y no el cielo desde la tierra.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente