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Vive y transmite el Evangelio

Errar es humano; perdonar, divino | Evangelio del 23 de febrero

By 19 febrero, 2025No Comments


Evangelio según San Lucas 6,27-38:

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente.
»Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en vuestro regazo. Porque con la medida con que midáis se os medirá».

Errar es humano; perdonar, divino

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 23 de Febrero, 2025 | VII Domingo del Tiempo Ordinario.

1Sam 26: 2.7-9.12-13.22-23; 1Cor 15: 45-49; L 6: 27-38

El místico persa Rumi escribió en el siglo: XIII: El lugar más seguro para esconder un tesoro de oro es un lugar desolado y desapercibido. La sabiduría de las Bienaventuranzas nos habla de un tesoro escondido en la experiencia humana más oscura y sombría. Cristo nos enseña que la vida está oculta en la muerte, la riqueza en la pobreza, y la liberación en el sufrimiento.

En eso meditábamos el domingo pasado. Hoy, Cristo sigue hoy su paradójica enseñanza, ahora animándonos a amar a quien nos hace daño, a quien nos odia o nos desprecia con la indiferencia, la calumnia o la injusticia.

La Primera Lectura es una historia de perdón muy especial. En efecto; es un perdón otorgado en medio de una situación tensa, violenta, de auténtica guerra. Ante la inmediata posibilidad de eliminar a Saúl, su perseguidor, David decide perdonarle la vida, diciendo a su comandante Abisay: No se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor.

Aunque es el lenguaje del Antiguo Testamento, la razón para perdonar anticipa lo que Cristo nos enseña hoy: Sean compasivos, como el Padre de ustedes es compasivo. Y nuestro Padre es compasivo con todos sus hijos, los que llamamos justos y los que etiquetamos como pecadores. Espera siempre reunirse con todos ellos, como enseña la parábola del hijo pródigo. Eso mismo es lo que sugiere la Segunda Lectura: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.

Si entendemos que la caridad es un amor no merecido y NO es un sentimiento, comprenderemos de qué compasión nos está hablando Cristo; por supuesto no nos aconseja “Tener hacia un enemigo el mismo sentimiento que tienes hacia un amigo”, no nos pide sentir simpatía hacia Herodes, al que él mismo calificó duramente de “zorro” (Lk 13:32), sino perdonar por la misma razón que Él perdonó: No sabemos lo que hacemos. Así es; aunque parezca lo contrario, ni somos dueños de nuestras decisiones, ni podemos imaginar el todo el dolor que pueden causar a Dios y al prójimo.

Para cualquiera de nosotros que NO tenga presente, a flor de piel, el continuo perdón que recibe de Dios mismo, será imposible “improvisar” el perdón al ser ofendido. Su reacción automática (desgraciadamente, así ha de ser llamada) será una de estas:

– Retirarse, alejarse inmediatamente, lo más posible, de quien le ofende.

– Abandonar la comunidad religiosa, la parroquia o la Iglesia, si en su enajenación considera que el mal ejemplo del ofensor tiene más fuerza que el testimonio de los santos y de quienes quieren serlo.

– Disimular diplomática y cortésmente su indignación, pero hacer planes para guardar las distancias en el futuro.

– Reaccionar con una crítica implacable y tal vez fría (murmuración, difamación, ironía…) al hablar de quien le ofendió, sin enfrentarse a él directamente, pero procurando destruir su fama.

– Protestar violentamente, alzando la voz, dando lecciones al ofensor o mostrando con gestos su cólera y su ira.

Todas estas actitudes o reacciones, son fácilmente manipulables por el diablo.

Hasta el mismo Nietzsche (1844-1900), que no era precisamente un ferviente católico, observó que el resentimiento proviene de la falta de capacidad de respuesta en el momento en que se inflige la herida. Para este filósofo, el resentimiento surge porque no nos damos espacio para reaccionar ante algo que nos pareció hiriente e irrespetuoso en el pasado, y queremos enmendarlo en el presente. No tuvo ocasión de experimentar que el Espíritu Santo nos proporciona siempre la forma más inteligente y misericordiosa de responder a las ofensas.

El perdón que Cristo nos propone no es inacción, sino que es constructivo, creativo, como lo muestra el siguiente ejemplo.

Un repartidor de pizza a domicilio contó cómo a uno de sus compañeros de trabajo le robaron a punta de cuchillo. Cuando ese compañero volvió al trabajo y le contó al gerente lo que había pasado, le dijo que había dado todo su dinero al ladrón y que luego había metido la mano en el bolsillo trasero y le había dado también todo el dinero de las propinas. Algunos compañeros de trabajo le dijeron: ¿Cómo? ¿Por qué hiciste eso? ¡Él no sabía que tenías ese dinero en el bolsillo! Y el joven citó las palabras de Jesús sobre poner la otra mejilla y no negarse a dar la túnica cuando alguien te roba el manto.

Seguir esa enseñanza de Cristo le dio a ese joven la ocasión de vivir su fe y dar testimonio de Jesús. También tuvo la oportunidad de hablar con él sobre su fe con sus compañeros de trabajo. Nunca supieron si esa historia cambió al ladrón, pero el joven no dejó que el ladrón lo cambiara a él.

Poner la otra mejilla al agresor significa trasmitirle inequívocamente un mensaje: No deseo separarme de ti. Esto, en efecto, ha de ser siempre creativo, realmente inspirado e inesperado. Eso explica por qué Jesús nos da hoy abundantes y diversos ejemplos: bendecir a quien me maldice, buscar cómo hacer el bien a quien me odia, rogar por quien me difama… Cada ofensa y cada persona necesita una forma de perdón que pueda comprender.

El perdón que recibió Saulo, futuro San Pablo (Hechos 9) es paradigma de lo que Dios hace contigo y conmigo cada vez que somos mediocres o recalcitrantes: a través de eventos más o menos llamativos y por medio de personas que pone en nuestro camino, nos hace comprender exactamente de qué manera desea que caminemos con Él, qué forma de servicio espera de nosotros para ayudarle a abrir el corazón de nuestros semejantes.

Muchos se preguntan de qué puede servir el perdón, si la violencia, la corrupción y el odio dominan nuestro mundo y, además, pocas son las personas que están dispuestas a cambiar profundamente, como ilustra la parábola del siervo despiadado (Mt 18: 21-35). Esta parábola nos enseña cómo la mayoría de nosotros, A PESAR DE haber recibido el perdón divino continuamente, nos resistimos al arrepentimiento, que debería surgir de la gratitud de quien ha sido perdonado. Pero tarde o temprano, a veces de forma inmediata, otras veces mucho tiempo después, incluso al final de la vida, el perdón cambia el alma de la persona y le permite sentir con claridad la caricia divina.

Por supuesto, todos conocemos casos llamativos, como el siguiente, bastante famoso, que está en la categoría lo que muchos llaman “perdón inesperado”.

Julia es una ex-policía que fue sido declarada culpable del asesinato del joven Mario. El caso se convirtió en noticia mundial, debido a las circunstancias que rodearon el crimen. Julia le disparó y lo mató en su propia casa, alegando que había entrado por error en el apartamento equivocado y pensó que era un ladrón.

Julia fue condenada a 10 años de prisión. Muchas personas fuera de la sala del tribunal estaban en desacuerdo con la sentencia, insistiendo en que era demasiado indulgente. Dentro de la sala del tribunal, se permitió dar paso a una voz, la del hermano de Mario. Hizo una declaración en la que perdonaba a Julia y explicaba que no le deseaba ningún mal. En su lugar, la animó a buscar a Cristo. Miró a Julia y le dijo que le deseaba la paz y el consuelo. Luego le preguntó al juez si podía acercarse a Julia y darle un abrazo, como así ocurrió.

El llanto en la sala del tribunal fue generalizado, e incluso la juez tuvo que secarse las lágrimas de los ojos. La pena no le fue condonada, pero sin duda su corazón recibió un alivio que hizo todo muy diferente.

—ooOoo—

Entonces, para Cristo, ¿qué significa ser compasivo? La mayoría de nosotros se conforma con pensar que ser compasivo significa ser amable y mostrar simpatía, pero hay algo más profundo, algo aún más poderoso, en su significado. El origen de la palabra nos ayuda a comprender la verdadera amplitud y significado de la compasión. La palabra original, en latín, cumpassio significa “sufrir juntos”. La compasión significa que el dolor de otra persona se convierte en mi dolor. La verdadera compasión cambia nuestra forma de vivir y de tratar a los demás.

Pero no es cualquier compasión la que debemos mostrar. Cristo nos propone un nivel divino: nuestra compasión debe ser a imitación del Padre Celestial. De hecho, compasión parece ser otro sinónimo de Dios. El salmista canta la compasión de Dios: El Señor es misericordioso y justo; nuestro Dios es compasivo (Salmo 116:5).

Ojalá que nos veamos empujados tú y yo por los numerosos ejemplos de perdón que recogen el Antiguo y el Nuevo Testamento. No es pura información; ni es simple historia, no es por casualidad. Algo esencial quieren transmitirnos los libros inspirados. Basten unos ejemplos: La historia de Pablo, Filemón y Onésimo; el perdón de Esteban a sus verdugos (Hechos 6: 8-15); la protección divina que recibió Jonás, después de su infidelidad (Jonás 1: 15-17); la misericordia de Esaú con Jacob (Gen 33); la clemencia de José con los hermanos que le habían vendido (Gen 50: 15-21); el perdón público de Jesús a la mujer adúltera (Jn 8: 1-11)…

La llamada Regla de Oro es un principio simple de reciprocidad que se encuentra en casi todas las religiones, filosofías y culturas del mundo: haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti, o su inversa, no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti.

Pero los casos que cita Cristo son diferentes de ese principio general: No juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará. Es obvio que no nos pide esperar que nuestras acciones sean correspondidas por los demás. La recompensa que promete viene de Dios y no del hombre. Esto nos libera para mostrar compasión, amor, bondad, misericordia y generosidad a los demás sin esperar ningún pago a cambio de aquellos que son nuestros beneficiarios porque estamos seguros de que Dios sabrá hacer uso de nuestro modesto perdón de forma grandiosa. Inmediatamente, en el corazón de quien perdona; cuando Él determine, en la vida de quien recibe el perdón.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente