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Vive y transmite el Evangelio

En manos del Maestro

Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario al Evangelio 8 de Julio 2018, 
XIV Domingo del Tiempo Ordinario
Ezequiel 2:2-5; 2Corintios 12:7-10; San Marcos 6:1-6.

En el Antiguo Testamento, un profeta era alguien que traía la palabra de Dios al pueblo. Él habló a través de los profetas; decimos en el Credo.

El profeta habla en dos dimensiones: en primer lugar, predice el futuro, como cuando advertían al pueblo de Israel sobre las consecuencias de su infidelidad. En segundo lugar, interpreta muchos eventos a la luz del plan divino inscrito en la naturaleza de los seres humanos.

Cristo dijo que Juan el Bautista es el más grande de todos los profetas, porque llevó a cabo esas dos tareas de una manera única: llamó a sus compatriotas y extranjeros al arrepentimiento para que pudieran recibir de inmediato el Reino y cuando Jesús se acercó a él, lo señaló y dijo: ¡Ese es el Cordero de Dios! (Jn 1: 29,36).

Profetizar es percibir el mundo a través de otros ojos, bajo una luz diferente. No es sólo para predecir ciertos sucesos devastadores, sino para detectar los signos de la presencia de Dios en la historia y en nuestra historia personal. Los profetas pueden ver cómo las enseñanzas en el Evangelio, que aparentemente son generales y abstractas, se pueden aplicar a las circunstancias concretas de su propio tiempo y lugar.

Por supuesto, Jesucristo es el Profeta por excelencia, y con el Bautismo recibimos el poder de participar en este ministerio. Somos profetas de hoy Es un llamamiento que todos hemos recibido y al que debemos responder, hemos sido capacitados para leer los signos del tiempo a la luz de la palabra de Dios.

Fernando Rielo ha destacado vivamente este ministerio:

El profeta santo se va mejorando, cada vez es mejor profeta, profetiza mejor, puntualiza mejor la profecía, y da mayor magnitud a la materia que está profetizando, que no es otra cosa que ese horizonte sublime en que ve la vida bajo el espejo de Dios (23 de Enero, 1973).

Y, refiriéndose a los falsos profetas:

También estos profetizan porque todo ser humano tiene que profetizar. ¿Qué anuncian? Sus vicios, el vacío en el que viven; anuncian la cobardía, la vileza y toda forma de hipocresía, hasta las más refinadas, e incluso con apariencia de enormemente piadosas(Ibíd).

Estas observaciones son cruciales, porque destacan dos puntos que a menudo se olvidan o no se tienen en cuenta:

* Profetizar no es una capacidad que tienen algunos cristianos, sino un don que todos deberíamos acoger e integrar en nuestra vida. Cuando Pablo pregunta: ¿Son todos profetas? (1 Cor 12: 29), nos está advirtiendo del riesgo de los muchos falsos profetas. También Juan advirtió: Queridos hermanos, no crean a todos los que dicen estar inspirados por Dios, sino pónganlos a prueba para ver si el espíritu que hay en ellos es de Dios. Porque el mundo está lleno de falsos profetas.(1 Jn 4: 1).

* La Profecía es más fuerte que nosotros mismos, ya seamos buenos o malos profetas: ¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?No pasemos por alto el poderoso mensaje de advertencia de la Primera Lectura: Y sea que escuchen o se nieguen a hacerlo -porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos.

En un poema titulado Amor, el poeta y Premio Nobel polaco Czeslaw Milosz dice:

Amar significa aprender a mirarte a ti mismo como uno mira las cosas distantes.
Porque tú eres sólo uno entre muchos.
Y quien ve de esa manera, sana su corazón, de muchos males, sin darse cuenta.
Un pájaro y un árbol le dicen: Amigo.
Entonces él quiere llevar a sí mismo y a todas las cosas al brillo de la madurez.
Aunque no conozca bien a quién sirve:
Quien sirve mejor, no siempre entiende.

¿No es al mismo tiempo bello y significativo? Necesitamos seguir la voz de su Espíritu, incluso cuando no comprendamos la forma en que nos llega o adónde va; tenemos que abandonar nuestra necesidad de seguridad y control que insiste en adivinar adónde nos llevará la inspiración.

Un gran violinista anunció que daría un concierto con un violín extraordinariamente caro. En la noche señalada, los amantes del violín llenaron la sala para escuchar el famoso instrumento. El violinista salió al escenario y ofreció una actuación exquisita, culminada por una ovación estruendosa de una multitud entusiasmada. Hizo una reverencia para agradecer los aplausos y, de repente, arrojó el instrumento al suelo, lo hizo pedazos y se fue del escenario. El público estaba horrorizado. Unos minutos más tarde, el director de escena salió y le dijo a los atónitos aficionados: Señoras y señores, el violín que acaba de ser destruido era sólo un violín de veinte dólares. El maestro ahora volverá a tocar con el instrumento anunciado. Así lo hizo, y… pocos pudieron notar la diferencia.

No es esencialmente el violín el que hace la música: es el violinista. La mayoría de nosotros somos violines de veinte dólares, en el mejor de los casos. Pero en manos del Maestro podemos hacer una hermosa música. Dios usa como apóstoles y profetas a gente común, con una variedad de defectos y debilidades, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte, como nos dice San Pablo hoy.

Lo importante no es lo que eres, sino la medida de tu integridad personal. Un verdadero profeta no es sólo alguien que habla la palabra de Dios, sino que también la manifiesta en su propia vida. La auténtica misión de los profetas no es predecir el futuro, sino crearlo, viviéndolo como un anticipo.

Pero, por desgracia, Dios está «demasiado cerca» de nosotros. El problema no es la distancia, sino la cercanía; es por eso que decimos que la familiaridad engendra desdén. No creemos que la presencia de un ser humano, quienquiera que sea, conlleva un mensaje de Dios. Jesús se sorprendió de la falta de fe de sus familiares y de la gente de su pueblo. Como dijimos anteriormente, un verdadero profeta ve la importancia espiritual oculta de los pequeños detalles y signos… y la toma en serio en su vida y en la vida de su prójimo. Esto es integridad Un ejemplo:

Imagina que un miembro de tu familia o de tu comunidad religiosa se niega a cocinar. Él / ella probablemente argumentará algo como «Nunca lo hice», «Soy malo en eso» o tal vez «Tengo cosas más importantes que hacer».

La reacción de lógica mundana del superior dependerá de su estado de ánimo y temperamento:

–        Bueno; lo haré en tu lugar.

–        Hazlo ahora, obedece inmediatamente o te castigaré.

–        No importa; vamos a comer algo de comida rápida.

Probablemente, la respuesta espiritualmente sensible sea algo así como: Hagamos hoy juntos una receta sencilla y mañana, tal vez puedas probar a hacerla tú.

En verdad, si piensas que este ejemplo tiene poco que ver con la profecía, te estarás perdiendo todas las llamadas de Dios para actuar en Su nombre. A veces olvidamos que somos profetas los unos para los otros. Nuestros amigos, nuestros parientes y las personas que nos son familiares, pueden ser los profetas que Dios envía para que cumplamos su voluntad. Estamos familiarizados con ellos y, quizás porque hacen cosas que no nos agradan, los despreciamos y despreciamos la oportunidad. Jesús, Lázaro, los ciegos, los leprosos, los niños, los pecadores… no fueron considerados como mensajeros de nuestro Padre Celestial, simplemente porque habían vivido entre nosotros.

¿Quizás estoy esperando algo así como la oportunidad de mi vida? Es fácil engañarnos a nosotros mismos. Se cuenta una historia acerca de un loco que estaba siendo molestado por los niños. Para deshacerse de ellos, les dijo que estaban dando helado gratis a los niños del otro lado de la ciudad. Los niños, creyéndole, salieron corriendo en la dirección que él había mencionado. Cuando el loco vio esto, él también comenzó a correr en la misma dirección, diciéndose a sí mismo: ¡Esto parece que sea cierto!

El Cardenal John Henry Newman dijo: Vivir es cambiar, y vivir plenamente es cambiar frecuentemente. La forma más práctica de convertirse en profeta es prometer a Dios que haremos cambios constantes en nuestra forma de vida, guiados por el deseo de que todo lo que digamos, hagamos, o decidamos, de testimonio de los valores de Cristo. Esa fue la sabiduría juvenil de San Luis Gonzaga quien, antes de decir una palabra o antes de hacer algo, se preguntaba: ¿De qué me servirá esto para la vida eterna?

El profeta vive una permanente experiencia de conversión, en marcado contraste con la mayoría de nosotros, que nos hacemos rutinarios en nuestra relación con Dios. Se cuenta una historia de un pájaro que estaba encerrado en una jaula y está convencido que nada puede hacer para liberarse. Entonces, un día, la puerta se quedó abierta accidentalmente, pero el pájaro, aunque podía escapar, no lo hizo. Era prisionero de sus viejas circunstancias. Esto se llama «impotencia aprendida». Cuando nos quedamos atrapados viviendo en el pasado, actuando como si fuéramos impotentes, sólo estamos perjudicándonos a nosotros mismos. Sacar conclusiones sobre nuestras experiencias puede ser útil, pero cuando formulamos suposiciones excesivamente negativas o distorsionadas sobre nuestras capacidades y no interpretamos los signos, limitamos la posibilidad de gozo, crecimiento y paz.

Debido a la falta de fe de sus paisanos, Cristo no pudo realizar ningún milagro en su ciudad natal. Esta falta de fe puede traducirse como: Veo claramente que pedirle a Jesús su opinión sobre este momento sería positivo… pero no voy a hacerlo. Esta resistencia va más allá de mi mente y mi voluntad, es una auténtica, aunque silenciosa y enmascarada, rebelión contra Dios, resumida en la frase: «Soy lo suficientemente bueno«.

Por causa de nuestra resistencia crónica al cambio, los profetas deben esperar recibir rechazo y hostilidad. Normalmente serán llamados extremistas, exagerados, poco realistas e insensibles. Han de estar preparados para aceptar esto con corazón pacífico y amante. No tienen que demostrar que tienen razón; Dios lo hará. Lo hace especialmente confirmando con paz en sus corazones la verdad que viven en sus actos.

Para dar testimonio de Cristo como profetas, seguramente seremos utilizados como instrumentos de Dios para obrar milagros de curación. Pero el primero que tenemos que hacer es serun milagro vivo y visible de la gracia.

 La libertad de espíritu del profeta nace de las palabras de Cristo en la Última Cena (Jn 15: 12-17): Ya no les llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace el maestro; pero les he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he escuchado de mi Padre. Cuando somos conscientes del alcance de este acto de confianza, no podemos evitar el dar la vida por los demás.