Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario al Evangelio del 20-8-2017, XX Domingo del Tiempo Ordinario (Libro de Isaías 56:1.6-7; Romanos 11:13-15.29-32; Mateo 15:21-28)
¿Cuál es el fruto de la fe de la mujer cananea? Estaríamos inclinados a decir que la curación de su hija. Por supuesto, ese fue un resultado evidente de su insistencia pero, más que nada, Cristo estaba poniendo a prueba la fe de los apóstoles. Quería que todos comprendieran cómo acogía con aprecio a quien confiaba en Él con perseverancia, incluso con obstinación. De manera que estamos ante dos milagros:
En primer lugar, uno de “bajo nivel”, en el que Él responde exactamente a lo que anhelaba la mujer cananea: Que se haga como deseas.
En segundo lugar, un milagro de “nivel sublime”, es decir, la conversión del corazón de los apóstoles. Este milagro se ajusta a la voluntad de nuestro Padre Celestial: Sean perfectos. El primero corresponde a la promesa de Cristo: Todo lo demás les será dado por añadidura (Mt 6:33). Como la mujer cananea, hemos de creer que Dios hará siempre algo por nosotros, incluso más allá de lo que podamos imaginar.
Cristo, como Maestro, nunca pierde una oportunidad para enseñar a sus discípulos alguna clave esencial para sus vidas y su misión; en este caso, el significado de la fe y el alcance de su compasión y misericordia.
Como se ha repetido muchas veces (quizás nunca es demasiado) la fe es creer o confiar en alguien, no simplemente creer en algo. Incluso más, como dice el Papa Francisco, la fe es un encuentro con Jesucristo, con Dios (21 Feb. 2014). Me gusta esta descripción porque realmente tenemos muchos encuentros con Jesús y sólo podemos hablar de fe cuando después de cada uno de esos encuentros llegamos a un acuerdo, a una alianza. Esto es lo que compartimos en nuestro examen místico al hablar de la unión del alma. Algunos ejemplos:
– Cuando comprendo que Él escucharía atentamente a una persona complicada que tiene una personalidad difícil… y yo intento hacer lo mismo.
– Cuando me doy cuenta de que alguno de mis hábitos (buenos, aparentemente inocentes) molesta o escandaliza a una persona… e inmediata y completamente lo dejo. La fe no se refiere sólo a situaciones críticas o misiones difíciles. Si eres fiel en lo poco, serás fiel en lo mucho. Pero si eres deshonesto en las cosas pequeñas, tampoco serás honesto en las responsabilidades mayores (Lc 16: 10). ¿Creo de verdad en la importancia de ser amable con todos mis hermanos y hermanas?
– La disposición total de otro pagano, el centurión romano, que dijo a Cristo: No soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi siervo quedará curado (Mt 8: 8).
– Por supuesto, la actitud de la mujer cananea. Seguramente había oído hablar de Cristo y quizás le había seguido. Vio los milagros que había hecho. Había oído de sus enseñanzas sobre el amor y la misericordia de Dios, y de su misión de traer el reino de los cielos. Sabía que no volvería con las manos vacías. Tan grande era su fe en Cristo que creyó que aunque sólo recibiese las migas que caen de la mesa de los amos, sería suficiente para curar a su hija.
Obsérvese que en todos los ejemplos anteriores, la fe tiene que ver con la compasión por los demás. Santa Mónica estuvo unos veinte años pidiendo a Dios por su hijo Agustín para que fuera atraído a la fe. Iba a ser un logro increíble, considerando la vida mundana y los excesos del joven. Pero un sacerdote dijo a la angustiada madre: Un hijo de tales lágrimas no puede perecer. La increíble esperanza se hizo realidad por medio de la oración paciente de Mónica.
La fe es un concepto dinámico que ha de ser renovado continuamente. Decimos que es un don y una virtud. Un don, cuando sentimos que viene del Espíritu Santo, y una virtud cuando lo abrazamos y actuamos con valentía.
Desde un punto de vista práctico, la verdadera fe tiene dos consecuencias: la imitación (o encarnación en nosotros) de Cristo y la unión con Él.
Una admiración que no lleva a la imitación es algo estéril. Como Santiago nos advierte en su Carta: La fe que no da frutos de obras buenas no es fe.
El ensayista grecorromano Plutarco cuenta una historia sobre los espartanos en una Olimpiada. En medio de la multitud, un hombre anciano buscaba inútilmente un asiento para ver el espectáculo. Sus vanos intentos fueron motivo de burla y risas de los griegos de otros estados, al ver su torpeza y la debilidad de sus años. Sin embargo, cuando llegó a la zona donde estaban sentados los espartanos, todos se levantaron y le ofrecieron su lugar. Algo avergonzados, pero no obstante admirados, los demás griegos aplaudieron el gesto. El anciano dijo con un suspiro: ¡Ah, ya entiendo¡ Todos los griegos saben lo que es correcto, pero sólo los espartanos lo hacen.
La fe puede entenderse como la disposición a ser vulnerable (perder nuestra fama o nuestros planes personales) basada en nuestras expectativas sobre la actuación de Dios.
Para vivir esto hemos de recordar los “buenos momentos”, las bendiciones que hemos recibido, la ayuda que hemos obtenido de Él y cómo nos ha protegido y guiado hasta hoy. Recordando todo lo que ha hecho por nosotros, recuperaremos confianza y fe en Él.
– He sido perdonado. Quizás el signo más claro, tangible y positivo de este perdón es que nadie me ha quitado la fe.
– He sido purificado.
– He sido llamado, realmente elegido para ayudar a las personas a acercarse a Dios. El lema del Papa Francisco, Miserando atque eligendo (literalmente, en latín: con misericordia, eligiéndole) se refiere al encuentro de Cristo con el cobrador de impuestos, a la forma como Jesús le mira con misericordia y le elige, diciéndole: Sígueme.
El Salmo dice: que todos los pueblos te alaben y las otras tres lecturas insisten en el hecho de que la fe es un don universal que todos recibimos (en formas e intensidades muy diferentes) de manera que nadie tiene excusa: cristianos, gentiles o ateos. Sus holocaustos y sacrificios serán aceptados en mi altar porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos.
Como pasa con los demás dones divinos, debemos ser buenos administradores de la fe. Hemos de utilizarla de igual modo que la esperanza o el amor. Si ponemos nuestra fe en Cristo, recibiremos vida eterna. Pero si nuestra confianza o nuestra fe se centra en nuestra experiencia, talentos o generosidad, no sirve para nada y no puede ser llamada propiamente fe.
No hay alternativa a la fe. Hemos de aprender de la historia de Israel que cuando no confiamos en Dios y no entregamos a Él nuestras vidas y planes, creamos más dificultades para nosotros mismos y para las personas que se nos han confiado a nuestro cuidado. El lamentarnos y revolcarnos en la autocompasión sólo harán que miremos hacia dentro de nosotros. Y mirar a nuestro ombligo en vez de mirar a Dios nos llevará a la depresión y la tristeza. Durante las pruebas más duras, en vez de hacernos resentidos para con Dios, aprovechemos la ocasión para crecer en fe, en gracia, en santidad. Se dice que el mismo fuego que purifica el oro, destruye la paja.
Sólo así entregaremos nuestras vidas a Dios, sabiendo que entonces nada nos puede vencer, como dice San Pablo: En todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor. (Rom 8: 37-39).
La fe y la esperanza no son entidades separadas. Para esperar algo, hemos de confiar en que se cumplirá nuestra expectativa. No se puede tener una fe parcial en lo que se espera y a la vez esperar que se cumpla lo que deseamos, pues en algún momento no creeremos que Dios vaya a saciar nuestra esperanza. Hemos de aprender a mirar más allá de nuestras dudas y contemplar lo prometido. De la misma forma, no podemos poner plazos a Dios, que está fuera del tiempo. Pasaron tres generaciones antes que se cumpliera la promesa de Dios a Abraham. Eso fue una forma de fortalecer la fe de los israelitas y de ayudarles sicológicamente a hacer frente a su forma de ser. Dios desea despertar en nosotros una fe más profunda… cuando creemos que nos ignora o rechaza lo que pedimos. Igual que Cristo presionó a la mujer cananea, nos empuja a veces a nosotros.
No podemos esperar que Dios nos responda en nuestra hora, si nuestra hora no corresponde a su tiempo.
Por eso Cristo ignora al principio a la mujer cananea y luego le dice que su misión no incluye (todavía) a los gentiles. Pero Cristo cambia de idea y cura a la niña siria.
¿Cristo cambia de idea? ¿Podemos creer que Cristo cambie de idea? Y ¿qué significa para el Evangelio si lo hace así?
Sí; Dios cambia de idea al ver las oraciones y el llanto de los hombres y bendice esas oraciones. De igual modo, está dispuesto a cambiar de idea ante nuestra oración. Dios se rinde ante las lágrimas de sus hijos, lágrimas que se vierten en fe.
Esta es su fe en nosotros. Primero, Dios despliega su Fe, su esperanza y su amor y después nos toca a nosotros. Por eso hemos de creer que Dios oye nuestra oración, incluso cuando no sabemos orar como debiéramos.
En las Bodas de Caná, María le dice a Jesús que se acaba el vino. Aunque es una frase muy sencilla, está llena de confianza y expectación. Así es como hemos de dirigirnos a Dios con nuestra súplica. Nos hemos de llenar de confianza y expectación (fe y esperanza) porque Cristo está siempre dispuesto a perdonar. Cuando María le pide hacer este milagro, la respuesta que le da es llamativa: Aún no ha llegado mi hora (Jn 2: 4). Pero Cristo cambia de idea ante la petición de María para salvar a una familia de la vergüenza.
Pidamos hoy una fe que dé fruto y nos lleve a anunciar y a dar testimonio.