
Evangelio según San Mateo 1,18-24
La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.
Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.
El Señor está cerca
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 21 de Diciembre, 2025 | Cuarto Domingo de Adviento
Is 7: 10-14; Rom 1: 1-7; Mt 1: 18-24
Llama la atención cómo los planes de Dios se cumplen notoriamente muchas veces… en los momentos menos esperados. Ese es el caso de la vida de muchos profetas, o incluso de algunos seguidores de Jesús, que se encontraban en una condición particularmente desdichada de sus vidas cuando fueron convocados para seguirle hasta el final. Así les sucedió a los discípulos de Emaús, o incluso a San José, que se encontraba tan confundido como sugiere el Evangelio de hoy.
Así sucede también a las comunidades religiosas, por ejemplo a la Compañía de Jesús, en la persona de San José de Pignatelli (1737-1811), que logró restaurarla cuando había sido expulsada de casi todos los países y disuelta oficialmente por Clemente XIV en 1773.
Por supuesto, el caso más llamativo lo relata el Evangelio de hoy. En la época de Jesús, la región donde nació, Judea, formaba parte del Imperio romano y estaba marcada por tensiones políticas, diversidad cultural, impuestos exagerados y corrupción. El rey Herodes el Grande, gobernaba como“rey cliente” de Roma; era un líder ambicioso, famoso por sus grandes construcciones y por su crueldad, según las fuentes antiguas. En esas condiciones, decidió Dios Padre enviar a su Hijo.
Pero esto no es sólo historia pasada, sino algo que sucede a cada uno de nosotros y tarde o temprano hemos de reconocer, avergonzados, que en esos momentos nos faltó abrazar la fe para dar el testimonio de que necesitamos ser fieles en medio de la impotencia, la contrariedad o la ausencia de resultados visibles.
El reino de Judá estaba amenazado por coaliciones enemigas (Israel y Siria). En esa situación, como cuenta la Primera Lectura, cuando Dios, a través de Isaías, ofrece al joven rey Acaz. una señal para confirmar su protección. Pero Acaz es tan incrédulo, que rehúsa incluso pedir una señal. A pesar de todo, Dios mismo promete una: el nacimiento de un niño, que simboliza la continuidad de la dinastía davídica y la certeza de que Dios acompaña a su pueblo en medio de la crisis. Para colmo, Ezequías, el hijo de Acaz no fue exactamente un rey victorioso e invencible… De manera que la profecía de Isaías tiene un alcance mucho mayor que lo sucedido al mediocre Acaz y, efectivamente, se cumple con la llegada de Cristo al mundo.
Para comprender el texto, conviene recordar qué quiere decir “la virgen está encinta”. El significado de la palabra “virgen” en el Antiguo Testamento es algo más variado de lo que entendemos hoy. Por supuesto, la virginidad de una joven era algo valioso y estimado antes de su matrimonio. Pero también significaba la deshonra de una mujer ya adulta que no había sido capaz de unirse a un esposo y formar una familia. Por ejemplo, cuando el profeta Isaías dice: Baja y siéntate en el polvo, virgen, Babilonia(Isaías 47: 1), no está diciendo algo hermoso a esa agresiva ciudad, sino que anuncia su futura esterilidad, una desgracia personal, que también significaba una vergüenza pública, como le ocurrió a la pobre samaritana, que habló con Jesús en el pozo y era despreciada por no haber logrado formar una familia.
Esto da aún más valor a la respuesta de María al ángel, pues manifiesta su sorpresa, por considerarse equiparable a una de esas “vírgenes” consideradas de poco valor, miradas como indignas por aquella sociedad tan áspera y dura para las mujeres.
Para nosotros, nuestra actitud hacia María no sólo ha de ser admiración, sino más bien de “imitación”, pues, como ella, hemos de reconocer nuestra pequeñez y, al mismo tiempo, el empeño de la Providencia en elegir personas ordinarias (en nuestro caso, tal vez enfermas, pecadoras, ignorantes, demasiado jóvenes o demasiado ancianas) para colaborar en el reino de los cielos.
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En el Evangelio se nos recuerda hoy que el nombre Emmanuel significa “Dios con nosotros”. También Cristo se despidió de sus discípulos asegurándoles que estaría con ellos hasta el fin de los tiempos. La presencia es algo poderoso entre los seres humanos y en nuestra relación con Dios.
Todos hemos visto un niño que aprende a caminar en su casa. Sus pasos son inseguros, sus manos buscan apoyo en el aire. Mientras, el padre o la madre miran desde el otro rincón de la habitación, sin pronunciar consejos, solamente con una sonrisa, y esperando con los brazos abiertos. El niño mira de reojo y ve la figura tranquila, firme como una roca. No es un abrazo o un discurso lo que lo sostiene, sino la certeza de que su padre está presente. Cada tropiezo se vuelve menos temible, cada avance más confiado. Cuando al fin el niño alcanza a su papá o su mamá, descubre que la ayuda, ha sido la fuerza invisible de una presencia que lo acompañaba.
También en 2 Samuel 6: 10-11 Leemos cómo David ya no quería llevarse el arca del Señor a la Ciudad, ordenó que la trasladaran a la casa de Obed Edom, oriundo de Gat. Fue así como el arca del Señor permaneció tres meses en la casa de Obed Edom, y el Señor bendijo a Obed Edom y a toda su familia. Solo por la presencia del arca, la familia de Obed Edom es bendecida.
Al recitar el Avemaría repetimos, tal vez sin saborear del todo lo que estamos diciendo, el saludo del ángel a María: “el Señor está contigo”. Era lo único que la joven de Nazaret tenía que entender. Y san Juan Bautista, al señalar a Jesús, nos insiste: Ahí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Lo primero, lo esencial, es darse cuenta que ya está ante nosotros.
Es necesario comprender que la presencia de Cristo no es sólo genérica, “en la Iglesia”, sino en cada ser humano. Esa presencia NO ES para resolver nuestros problemas. Al igual que el papá a la mamá que miran a su hijo dar los primeros pasos, su presencia confirma o bendice lo que estamos haciendo, como ocurrió con al Arca en la familia de Obed Edom ¿Cómo esa presencia logra confirmarnos? Llenándonos de alegría y pidiéndonos dar un paso más, como sucede con el niño.
Esto sucede muy especialmente cuando servimos al prójimo. Eso explica por qué San Pablo recomienda a los filipenses: Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense! Que su amabilidad sea evidente a todos. El Señor está cerca (Fil 4: 4-5). No se trata de un mandamiento de Pablo, sino la invitación a vivir una experiencia: un gesto amable, un favor realizado con desprendimiento, genera una alegría especial, diferente, que además nos asegura la cercanía del Señor.
Esa cercanía es especialmente relevante cuando es la de alguien semejante a nosotros, alguien familiar. En el caso de Cristo, para asegurarse nuestra confianza, se hace hombre y experimenta nuestras mismas emociones, tentaciones, alegrías y sufrimientos, incluida la muerte. Se trata de alguien que conoce nuestra existencia y sus dificultades “desde dentro”.
Es semejante a lo que sucedió en la Visitación de María a su pariente Isabel; un hombre podría ayudarla en su embarazo, pero no lograría llegar a comprender y acoger sus sentimientos y sus fatigas como lo hizo María, que estaba en igual situación y había recibido la misma gracia de la maternidad.
En realidad, la vida de María es el mejor ejemplo de cómo se manifiesta esa continua confirmación que el Espíritu Santo va verificando en nuestras vidas y a la cual siempre dio su consentimiento: ser Madre en forma y en un momento insospechados, dejar su ciudad y su país por el bien de su Hijo y, finalmente, verlo morir para recibir de Él la misión final de cuidar de nosotros.
No podemos dudar de la claridad de esta confirmación, aunque a veces nos deje sorprendidos, perplejos o asustados. El sello característico es que algo de nuestra vida tiene que pasar a los demás. Esto se puede producir en medio de la apatía, la vacilación y la contrariedad, pero Jesús, cuando lava los pies a los discípulos, dejando sus derechos de “Maestro y Señor”, sirviendo de forma humilde y alegre, siente un gozo que invita a los discípulos a compartir: Dichosos serán ustedes si ponen esto en práctica (Jn 13: 17).
Algunos de nosotros contemplamos el servicio como una obligación o incluso como una carga, porque nos abruman los trabajos y en ocasiones no vemos el fruto que justamente desearíamos obtener. Pero en la vida de Jesús comprobamos claramente que sus acciones son una semilla que no puede morir, que dará fruto a su tiempo.
Por eso recordaba San Juan Pablo II en una audiencia General (19 JUN 1991):
El Evangelio es una invitación a la alegría y una experiencia de alegría verdadera y profunda. Así, en la Anunciación, María es invitada a la alegría: “Alégrate, llena de gracia” (Lc 1, 28). Es el coronamiento de toda una serie de invitaciones formuladas por los profetas en el Antiguo Testamento (cf. Za 9, 9; So 3, 14-17; Jl 2, 21-27; Is 54, 1). La alegría de María se realizará con la venida del Espíritu Santo, que le fue anunciada como motivo del “alégrate”.
Desearía terminar recordando que hoy se celebra la festividad del profeta Miqueas, porque es un ejemplo de la alegría en el servicio.
Fue fiel a su misión profética: denunció la injusticia, defendió a los pobres y anunció la esperanza del Mesías. Su felicidad no vino de comodidades externas, sino de la certeza de servir, cumpliendo la voluntad de Dios, aunque su vida no fue fácil. Su sensibilidad hacia los pobres y marginados marcó su mensaje.
Vivió en el siglo VIII a.C. y fue contemporáneo de Isaías y Oseas y era un campesino de Moréset, una aldea rural de Judá. Ese origen rural le permitió comprender el sufrimiento del pueblo y transmitir la voz de Dios desde la perspectiva de los humildes, pues los ricos oprimían a los pobres, había una corrupción escandalosa en Jerusalén y el temor a las amenazas militares de Asiria.
Levantó su voz contra las élites de Jerusalén, criticando la explotación y la idolatría y anunció que de Belén saldría el futuro rey, el Mesías que traería paz: Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial (Miqueas 5:1).
Su anuncio fue fuente de consuelo y gozo, pues mostraba que la historia no terminaba en la injusticia, sino en la promesa de paz.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente









