
Evangelio según San Lucas 10,38-42:
En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».
En Familia
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 20 de Julio, 2025 | XVI Domingo del Tiempo Ordinario
Gén 18: 1-10a; Col 1: 24-28; Lc 10: 38-42
Siempre me ha parecido la conversación entre Jesús y las dos hermanas, Marta y María, un ejemplo de diálogo familiar, donde nada se esconde y todo se comparte en confianza.
Por ejemplo, cuando Jesús recibe la noticia de la muerte de Lázaro, escuchamos a Marta: Si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará (Jn 11; 21-22). Eso refleja una familiaridad y una franqueza que pocos tenían con Cristo. Algunos de sus discípulos preferían hablar a sus espaldas.
Recordemos que no era propio de las mujeres el sentarse a los pies de un maestro espiritual para recibir enseñanza religiosa. Esa posición era simbólicamente la de un discípulo, un rol reservado casi exclusivamente para los hombres en el mundo rabínico.
Jesús no solo permite esta actitud, sino que la elogia, diciendo que María ha escogido la mejor parte. Este gesto rompe con las normas legalistas de su tiempo y muestra cómo Jesús desafió las estructuras sociales al incluir a las mujeres como discípulas en su círculo cercano. En su respuesta a Marta, no hay signos de amonestación, sino seguramente de llamada a una atención siempre más profunda, pues es improbable que esa servicial e inteligente mujer no estuviera a la escucha de las palabras del Maestro. De hecho, luego le oímos decir: Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo (Jn 21: 27).
Las Personas Divinas no tienen límites a la hora de manifestarse a nosotros. Todos recordamos la famosa frase de Santa Teresa de Ávila: Entre los pucheros anda Dios, que nos recuerda cómo nuestra oración puede -y debería- ser constante en todo tipo de actividad, al igual que en los momentos de contemplación o estudio.
Podríamos ilustrar las mil formas de presencia divina con una pequeña leyenda.
El jardín y la torre. En un valle escondido entre montañas, vivían dos religiosos que formaban parte de una comunidad silenciosa. Uno, llamado Abel, cultivaba un jardín. Desde el amanecer, sus manos tocaban la tierra, escuchaba los pájaros y cuidaba cada brote como si fuera un milagro. El otro, Zacarías, pasaba horas una torre de piedra junto al río, escribiendo, meditando en oración y contemplando el fluir del agua.
Un día, un viajero llegó al valle y preguntó a los habitantes del pueblo cercano: ¿Quién de los dos es el más cercano a Dios?
Algunos dijeron: Abel, sin duda. Su trabajo sostiene la vida, da alimento, embellece el mundo.
Otros respondieron: Zacarías es el más sabio. Escucha los susurros del misterio, escribe palabras que curan.
El viajero, curioso, subió la colina para verlos. Encontró a Abel manchado de tierra, riendo con una niña que aprendía a plantar semillas. Luego, en la torre, escuchó el silencio de Zacarías, tan profundo que el murmullo del río parecía una oración.
El viajero no eligió. Comprendió que el jardín y la torre eran uno. Que Dios, puede ser hallado en la raíz que se riega o en el verso que brota del corazón.
Zacarías descendía de su torre cada atardecer para caminar entre los senderos del jardín. Abel, al verlo venir, dejaba sus herramientas a un lado y preparaba un banco entre las lavandas. Allí se sentaban juntos, en silencio o compartiendo oraciones, pensamientos, memorias.
Zacarías leía sus escritos a Abel, y este le respondía con historias que nacían de la tierra. Zacarías hablaba de Dios como río que fluye sin pausa; Abel lo veía en el brote de la menta y en la dulzura de la fruta recogida con cuidado.
Un día, plantaron juntos un olivo en el centro del valle. Dijeron que era para el viajero que iba a regresar algún día, pero ambos sabían que también era para ellos: una raíz en común.
Con el tiempo, el jardín se llenó de tablillas con frases de Zacarías, y la torre se cubrió de tiestos con plantas que Abel preparaba. Ninguno cambió su actividad, pero aprendieron a habitar también en la del otro.
Cuando murieron, con apenas días de diferencia, los enterraron uno junto al otro bajo el olivo. Y dicen que desde entonces, las ramas de ese árbol susurran todo el año, como si la tierra y el cielo se saludaran así, en comunión.
Cuando Cristo está en nuestras vidas, por eso no nos podemos ignorar. Si de verdad quiero imitar a Cristo, habrá un interés en todo lo que ocupa la vida de cada uno de mis hermanos: salud, trabajo, apostolado, estudio, familia o talentos a desarrollar, en la seguridad de que cada uno es único y que, en cada uno, la Providencia busca cosechar lo mejor. Como recuerda San Pablo: ¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos maestros? ¿Hacen todos milagros? (1 Cor 12: 29).
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La presencia activa divina es más universal de lo que imaginamos. Otra cosa es nuestra disposición y atención para ser conscientes de ella. La Primera Lectura nos ofrece otro episodio de hospitalidad, con consecuencias imprevistas. En esta escena, Abraham recibe la visita de tres figuras misteriosas cerca de los famosos robles de Mamre. Se apresura a darles la bienvenida, ofreciéndoles agua, comida y descanso. Este acto de generosa acogida es más que una cortesía cultural: se convierte en un encuentro sagrado. El corazón del pasaje reside en la promesa: uno de los visitantes declara que Sara dará a luz un hijo dentro de un año, a pesar de su avanzada edad. Este momento subraya la fidelidad y el poder de Dios para cumplir promesas que parecen imposibles según los criterios humanos. Así, este pasaje invita a reflexionar sobre cómo acogemos lo divino en nuestras vidas, a menudo disfrazado en lo más cotidiano, sobre todo en los encuentros con el prójimo y cómo se puede producir un auténtico diálogo espiritual con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sobre cómo ayudar e.
Esto nos permite comprender mejor la Segunda Lectura, donde Pablo, que habla de completar en su carne lo que falta a los padecimientos de Cristo. Evidentemente, esto no significa que Cristo no acabase su misión, sino que deseaba nuestra colaboración en forma de testimonio, de manera que cada ser humano, al contemplar nuestro modesto ejemplo, se hiciera sensible a la acción permanente del Espíritu Santo en su propia vida.
En algunos santos, esto se produce de forma llamativa, y cada suceso, aparentemente trivial o poco significativo, les empuja a vivir la voluntad divina, de manera que se produce un auténtico diálogo -no de palabras- con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pero todos tenemos alguna experiencia, por modesta que parezca, de esta Inspiración que lleva al Diálogo con las Personas Divinas:
* En la oración silenciosa, el alma calla y se abre a la presencia de Dios. Es un “estar con” más que un “decir a”. Tenemos la impresión de no estar nunca solos.
* Ya nos dice San Pablo que el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables(Rom 8: 26). Es decir, hay una comunicación espiritual que trasciende el lenguaje humano.
* En la vivencia concreta de la obediencia y el amor, cada acto de entrega o fidelidad tiene todos los rasgos de un diálogo con Dios, de una respuesta silenciosa a su gracia.
* Muchas veces, sentimos en nuestra conciencia una moción interior, una luz, una paz o una inquietud que nos guía poderosamente. Podo a poco nos damos cuenta de que es una forma de comunicación divina.
Cuando compartimos nuestra experiencia espiritual en el Examen de Perfección, declaramos si la Inspiración recibida la hemos percibido de modo continuo. Nuestro padre Fundador usa el concepto de Inspiración de una manera más precisa a como lo hacemos normalmente: ser inspirado significa ser absorbido, captado como por un celeste torbellino, por un tornado espiritual que nos acerca a las personas divinas para marcarnos con su íntimo dolor y su alegría compartida.
Esto no es ningún lujo o capricho del Espíritu Santo; somos víctimas de tantas preocupaciones, algunas de nuestra cabeza y otras de las exigencias cotidianas, tan “distraídos y agitados por muchas cosas”, que es difícil ocuparnos de lo verdaderamente importante. Pero, la Inspiración viene en nuestro auxilio. Seguramente, el Espíritu Evangélico más genuino nos permite comprender que se puede atender al mismo tiempo a la oración y a los afanes de cada día.
No está de más recordar que hay momentos privilegiados, por pocos que sean, para modestamente iniciar el diálogo con la Personas Divinas.
Un hermano ya fallecido, me confiaba que, después de recibir la Eucaristía o al comenzar su oración en silencio, su “punto de partida” era siempre poner ante Dios sus errores, su falta de paciencia, sus faltas…con lo cual -decía- estaba seguro que obligaba a Cristo a responder. No parece mal comienzo para la oración, pues recuerda la aprobación del propio Cristo a la plegaria del publicano:
El recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” Les digo que este y no aquel volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido (Lc 18: 13-14).
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente