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¡Gracias, Santo Padre! Los misioneros identes sobre Papa Francisco

La comunidad de misioneras y misioneros identes, a lo largo y ancho del mundo, ha sido testigo del profundo amor y cercanía del Papa Francisco. Su figura no solo se destaca por su liderazgo espiritual, sino también por la calidez y humanidad con la que ha tocado las vidas de aquellos que le han conocido. Aquí recogemos algunos testimonios de misioneros que, a través de encuentros y gestos sencillos, vivieron una relación personal con el Papa, inspirados por su llamado constante a la humildad, la cercanía y la oración. A través de estas historias, expresamos nuestra gratitud y nuestra oración por su ministerio, que ha sido una verdadera luz para la Iglesia y para nosotros, sus hijos espirituales.

UN HOMBRE QUE VIVÍA EL EVANGELIO

Andrés, misionero idente y traductor del Papa en su viaje a Turquía, vivió tres días pegado al Santo Padre, literalmente a menos de un metro. Cada momento fue una lección. Desde el coche sencillo que eligió hasta las comidas improvisadas con guardias, camareros y fatigados: todo hablaba de un hombre que vivía el Evangelio al pie de la letra.

Francisco se preocupaba por él, cuenta Andrés. Se preocupaba si tenía su abrigo, le preguntaba si tenía algo que bendecir, se reían juntos: “Yo creía que debía cuidar al Papa —dice Andrés—, pero era él quien me cuidaba a mí.”

PAPA FRANCISCO: UNA CATEQUESIS DE HUMANIDAD

En varias ocasiones, Andrea, misionera idente que trabaja en la Comisión Pontificia para América Latina, escuchó la voz del Papa Francisco al teléfono. Sereno, afable, y con un toque de humor, él respondía con agradecimiento y calidez a los saludos de nuestra comunidad. Para Andrea, sus palabras y su cercanía eran una catequesis de humanidad. “Lo despedimos —dice ella— con un inmenso GRACIAS bañado de lágrimas, lleno de júbilo y esperanza”.

“Gracias Santo Padre, por enseñarnos la vía de la sencillez, de la cercanía, y de protocolos ungidos de humanidad”, concluye.

UN PAPA CUYO SIGNO FUE LA HUMILDAD

“Dos ojos color avellana, sonrientes, que me acogían; y una mano que se retiraba para evitar el beso que yo quería darle.” Así describe Irene su primer encuentro con el Papa Francisco, cara a cara. Inmediato, humano, normal. No era un “Papa de estampita”, dice, sino un Papa que reflejaba a Cristo. Su búsqueda de la santidad era evidente no solo en sus palabras —tan evangélicas— ni en sus gestos —a menudo desarmantes—, sino en su capacidad de pedir perdón públicamente tras un error, de aceptar con humildad sus límites, de entregarse entero, hasta el final. Hoy deja al mundo la fuerza de su grito por la paz, el foco sobre los más olvidados, la urgencia de una Iglesia evangelizadora y misionera… y los primeros brotes de muchos frutos que ya nacen a su paso.

UN GESTO QUE RESUME LO ESENCIAL

Por su parte, Gabrielle,de Francia, recuerda cuando saludó al Papa al inicio del Sínodo sobre la sinodalidad. “Aún exhausto, el Papa hizo un esfuerzo por sonreír y pedir, una vez más: ‘Reza por mí’”, recuerda Gabrielle. Ese gesto tan suyo resume lo esencial: un ministerio humilde, que necesita de las oraciones de toda la Iglesia.

“En octubre de 2016, el Papa Francisco vino a Bolonia, a la Piazza Maggiore. Tenía que pasar por la Via Massarenti, donde está la farmacia en la que trabajo. Ese domingo me tocaba turno, así que me puse en la puerta para verlo pasar. ¡Cuando por fin se acercaba el coche descubierto, con toda la seguridad alrededor, me atreví a saludarlo desde bastante cerca! Él respondió a mi saludo con una sonrisa que nunca olvidaré”, recuerda Lelli, misionera de Bolonia.

UNA IGLESIA QUE VA HACIA LAS PERIFERIAS

Eleanna, misionera idente de Roma, el 13 de marzo de 2013, día en que fue elegido Papa Francisco, estaba en la casa de la comunidad, rodeada de algunos jóvenes amigos atentos al anuncio del nuevo Papa. De repente le llegó un mensaje. No de un creyente, sino del más crítico y alejado de la Iglesia que ella conocía. “¡Para mí el único candidato es Bergoglio!”, decía. Era la primera vez que ella oía hablar del cardenal argentino. Sin embargo, fue su esperanza —la de un ateo— la que se vio escuchada. Cuando Eleanna oyó “Bergoglio” en la televisión, entendió que algo inaudito había sucedido. “Fue escuchada la voz de los más lejanos —escribirá— hoy se ha abierto un resquicio entre el cielo y la tierra. Desde entonces, en las palabras y gestos del nuevo Papa, en sus llamados a ‘hacer lío’ y a ‘salir’, por primera vez sentía que una conversión misionera de toda la Iglesia era verdaderamente posible.”

EL PAPA FRANCISCO: UN CONSUELO EN LOS MOMENTOS DIFÍCILES

María, misionera casada de Busseto, no conoció personalmente al Papa. Sin embargo, durante la pandemia, sus misas, sus catequesis y gestos fueron un sostén diario. Lo sentía cercano, como si le estuviera hablando solo a ella. “En los momentos más duros de su vida, fue su voz la que la levantó”, recuerda. “Era verdaderamente el representante de Cristo”.

Constanza, misionera idente casada, compartía cada Ángelus y audiencia con su esposo durante los desayunos. Fue gracias al Papa Francisco que su hogar se llenó de la Trinidad, como una visita inesperada. En el día de su tránsito, lo vio dar su última bendición Urbi et Orbi, frágil, pero colmado de amor. “Gracias a las palabras de Papa Francisco, Dios entró en nuestra vida familiar”, afirma Constanza conmovida.

Patricia, tampoco pudo conocer al Papa Francisco. Pero hoy siente que él está aún más presente en la vida de toda la Iglesia, y que desde el cielo sigue sonriendo y ayudándonos con mayor fuerza.