
En el centenario del nacimiento de nuestra querida hermana Pilar Rielo Pardal (29-10-1925 / 29-10-2025),
hermana de nuestro padre Fundador y nuestra primera Procuradora General,
queremos honrar su memoria releyendo un testimonio que fue publicado con ocasión de la Jornada de Vida Consagrada, el 2 de febrero de 2006
FIDELIDAD EN EL AMOR Y EN DOLOR
GRACIAS, PADRE, POR MI VOCACIÓN MISIONERA
Es mi humilde deseo empezar esta reflexión espiritual con un sentimiento de gratitud, ternura y cercanía, que sólo se alcanza con la túnica sagrada de la inocencia, por haber sido agraciada con mi vocación religiosa. Gracias, Padre, por permitirme vivir hoy con la misma impresión que cuando me enamoré de ti.
Tengo 80 años y 65 de vida religiosa; 46 años en el Instituto Id de Cristo Redentor. Misioneras y Msioneros Identes, donde sigo manteniendo la misma frescura, la misma pasión de amor y de dolor que cuando me entregué a Cristo, a mis 16 años, con una promesa que fui renovando hasta que me consagré públicamente en 1970. Hoy evoco con gratitud aquel 8 de diciembre de 1941, como el hecho que me marcó para siempre. Fue en la capilla del Colegio de María Inmaculada, cuando estaba recibiendo la Medalla Milagrosa como Hija de María. Me enamoré de Cristo y le pedí a María que fuera mi Maestra, que me enseñara a vivir siempre imitándola y me llevara a las Personas Divinas. Mi profesión civil es enfermera, y durante años la ejercí en África, mi primera tierra de misión… ¡cuántas vivencias marcadas por la contemplación del amor en el dolor! Tanto la vida en África como las demás misiones que posteriormente me han sido confiadas en mi Congregación, las he aceptado considerándolas siempre voluntad divina, único camino para que la monotonía o el desaliento no entre en nuestra vida.
- Con su hermana Isabel Rielo Pardal
- Ejerciendo de enfermera en Trípoli (Libia), año 1965
Cada año pasado junto a Cristo, con sus dolorosas circunstancias, va acentuando en mí un sentimiento de nostalgia espiritual, por tantos hechos que no podría enumerar y que produce en el espíritu ese silencio lleno de plenitud y al mismo tiempo de lejanía; es como contemplar la ternura de Dios que se acerca a este desierto de nuestra existencia, y que hoy me sigue sorprendiendo.
He recibido el don inmenso de conocer desde el origen la Institución a la que pertenezco, fundada en 1959 por D. Fernando Rielo Pardal, mi hermano, quien hace poco más de un año goza ya de la Casa del Padre. Las palabras no son capaces de expresar todos los avatares de una fundación nueva que tiene, como todas, el signo de la cruz, ante hechos imprevisibles —algunos contradictorios e incluso trágicos— que me han tocado vivir con la aceptación total de la voluntad divina. Ésta es la clave de la vida consagrada: fidelidad en el amor y en dolor. La persona fiel mira siempre hacia delante, con una gran ilusión por alcanzar la cima que se ha propuesto, con la ayuda de la gracia; por eso se mantiene firme, con visión de futuro. Lo importante es ser fiel a este único amigo y compañero de viaje que es Cristo crucificado. No podemos olvidar que la fidelidad es una de las metas del ser humano. Es su máxima aspiración, pero hay que labrarla cada día con la pasión del amor, pues no se encuentra al final de la existencia sino en medio de la vida cotidiana, en cada renuncia, en cada acto de amor, de abnegación, de generosidad, de fatiga, con todos nuestros hermanos. Es como una conjunción de alegría y tristeza, de luces y sombras, pero siempre presididas por Él. Es a esta clase de vida a la que Cristo nos invita cuando nos dice: “permaneced en mi amor” (Jn 15, 9).Por eso, cada día me levanto con corazón agradecido y le digo a mi Padre Celeste: gracias por haber pensado en mí desde toda la eternidad, por haberme sacado de la nada, por haber dado tu vida por salvarme, redimirme y glorificarme; por tener una Madre y Maestra como María; por la Iglesia; por el mundo; por mi vocación religiosa; por ser misionera idente, por mi comunidad y porque todos los días me colmas de bendiciones y de oportunidades para dar testimonio de ti y poder manifestar con mi vida, mi sentimiento de filiación divina. Gracias por la vida de nuestro amado Padre Fundador; él nos ha transmitido y enseñado que caminando al lado de Cristo con fidelidad en el amor, iremos adquiriendo sus rasgos, su forma de dar gloria al Padre, y ésta será una huella que nos marcará para siempre haciéndose visible a los demás con la fuerza del testimonio personal, acudiendo en ayuda de las carencias físicas, psíquicas y, sobre todo, espirituales. Esta fuerza espiritual que recibimos los religiosos viviendo y dando testimonio del Evangelio, la recibimos por medio de los sacramentos y de la oración, impulsados por el carisma de los fundadores. La esencia del carisma de nuestro Instituto es vivir la santidad en común por medio del examen de perfección. Hoy te ruego, Padre, que concedas a todas las personas que se consagran a ti, lo que nuestro Fundador te ha suplicado siempre para nosotros: “Yo pido a Dios que los miembros de la Institución se caractericen por la alegría, una alegría en todas las cosas que no sea como las fugaces alegrías de este mundo. Quiero que crezcan con esa mística alegría en tal grado que vean la tierra desde el cielo y no el cielo desde la tierra”.
Gracias, Padre, porque colmas todos mis días de amor divino, de sacralidad, de sueños apostólicos, de coraje, por encima del dolor y de toda circunstancia. Sólo Tú das sentido pleno a nuestra vida.
Pilar Rielo Pardal
Misionera Idente
