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¿Qué hay entre un SÍ y un NO? | Evangelio del 1 de octubre

By 27 septiembre, 2023Evangelio y reflexión
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Evangelio según San Mateo 21,28-32:

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: ‘Hijo, vete hoy a trabajar en la viña’. Y él respondió: ‘No quiero’, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: ‘Voy, Señor’, y no fue.

»¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?». «El primero», le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en Él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en Él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en Él».

¿Qué hay entre un SÍ y un NO?

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 01 de Octubre, 2023 | XXVI Domingo del Tiempo Ordinario

Ez 18: 25-28; Flp 2: 1-11; Mt 21: 28-32

Antes que nada, una observación sobre la sabiduría popular, que parece confirmada por esta breve y transparente parábola de los dos hijos del viñador: los padres y quienes dirigen o presiden grupos humanos, no han de sorprenderse por el hecho de que siempre habrá quien esté descontento o quizás muy enfadado

– porque se actuó con demasiada precipitación… o con poca diligencia.

– porque no se atiende a los asuntos que ellos consideran cruciales.

– porque no se respetan las tradiciones más venerables… o no se hacen innovaciones atrevidas.

– porque se les pide demasiado… o no se les tiene en cuenta para nada.

Menos mal que también hay personas que ayudan con sus observaciones constructivas.

Pero nunca es posible satisfacer a todos. Hay quien manifestará su descontento con palabras (quejas y/o difamación) y otros con su actitud de poco entusiasmo o abierta rebeldía. Podemos tomar esta conclusión como primera enseñanza de la parábola, pero uniéndola siempre a la recomendación que nos hace la Primera Lectura para no perder la calma, no desesperarnos, pues el mal que cometo y el que comete mi prójimo no es definitivo; la conversión es siempre posible: Cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.

Todos estamos reflejados en esos dos hijos, ninguno de los cuales sigue fielmente el modelo de Cristo, aunque el primero nos enseña que el arrepentimiento permite cumplir la voluntad del Padre.

La imagen que ilustra esta reflexión es un cuadro del pintor alemán Friedrich Moritz Retzsch (1779-1857), que representa a un joven jugando al ajedrez con un diablo. La mirada del joven es desesperada y el diablo parece saborear una cercana victoria. Pero el artista ha representado un ángel al fondo… y más de un experto jugador se ha dado cuenta que el joven puede ganar en pocos movimientos.

Esto nos debe hacer pensar que la Providencia es más fuerte que todas nuestras debilidades y traiciones, estando junto a nosotros como ese ángel que nos da la mano y nos inspira.

¿Qué ventaja tienen los publicanos y las prostitutas? Que no necesitan preocuparse por ocultar o disimular sus pecados; son pecadores públicos, sus faltas son imposibles de esconder. Es más, son plenamente conscientes de haber dicho NO a lo que es justo. No necesitan disimular y reconocen que son débiles y pecadores; por tanto, están en la mejor disposición para recibir la gracia.

—ooOoo—

Todos nosotros tenemos poderosos mecanismos (se habla de seis) para no hacer la voluntad del Padre, para retrasar nuestra respuesta, para justificarnos, siendo como los dos hijos de la parábola, sin acoger plenamente y con prontitud lo que Dios siembra en silencio y con afecto. Y esto no es diferente de cuando rechazamos las ideas, las propuestas (a veces preciosas) o incluso las indicaciones explícitas de otras personas.

A veces, el comportamiento humano es tan aburrido y tristemente previsible como el de un pato. Seguramente cada uno de nosotros, tú y yo, hemos observado alguna de estas seis formas de decir NO en los demás:

Ignorar: no prestar atención, no escuchar realmente, no abandonar en absoluto lo que me interesa en este momento: mis pensamientos, el teléfono, una tarea mecánica…Tal vez respondo afirmativamente, pero sólo con palabras, para liberarme de la otra persona.

Rechazar: No atribuir mérito o interés a lo que se me dice. Mirar sólo los inconvenientes o posibles defectos. Explícitamente o no, llegamos a decir lo que recoge la Primera Lectura: No es justo el proceder del Señor.

Excluir: Comparar lo que estoy sintiendo o escuchando con mi percepción personal, a la que me encuentro apegado e inmediatamente pongo como prioridad.

Aplazar: Aunque reconozco lo valioso y positivo de lo que Dios o el prójimo me dicen, mi decisión queda en suspenso… lo cual es el primer paso al olvido.

Reinterpretar y no cambiar: Reconozco que he recibido una luz nueva y valiosa, pero me quedo en la comodidad y mediocridad de mis penumbras.

Reinterpretar y hacer pequeños cambios: Modifico mi punto de vista, o mi actitud… pero sólo de forma diplomática y superficial, sin convicción.

… lo que es menos probable es que tú y yo hayamos observado en nuestra propia forma de actuar alguno de estos seis mecanismos.

Da la impresión de que el segundo hijo se dejó vencer por lo que acabamos de llamar “Ignorar”. Jesús no da detalles de lo que pasó en el corazón del primer hijo, de cómo llegó a la conversión, a esa conversión que ha de ser permanente y resulta sólo posible si acepto las discretas y poderosas propuestas de generosidad que el Espíritu Santo deposita permanentemente en mi corazón. Me gustaría ilustrarlo con una historia de ambiente chino.

Una pesada campana de bronce se hundió en el fondo de un lago de la antigua China. Todos los esfuerzos por levantarla fracasaron hasta que un hábil monje pidió permiso para intentarlo, a condición de que la campana fuera entregada a su monasterio.

Al recibir el permiso, ordenó a los monjes que recogieran cañas de bambú, que los buzos bajaron, una a una, y ataron a la campana. El bambú es hueco, ligero y no se hunde, así que después de atarle cientos de troncos, la gran campana empezó a moverse. Finalmente, cuando se añadió el último palo, la presión ascendente llegó a ser tan grande que la campana se elevó lentamente hacia la superficie. Fue el último bambú el que finalmente hizo que la campana se elevara.

Nuestro testimonio de paciencia y perdón puede ayudar a hacer el milagro ¿qué más da si se produce después de nuestra muerte? ¿o si ocurre en el último suspiro de la persona que deseamos acercar a Cristo?

Pero la Providencia no sólo utiliza nuestro modesto y siempre mediocre testimonio, sino que logra por todos los medios y signos purificar nuestras intenciones, para que se abran nuestros ojos.  Mi Padre trabaja sin descanso, y yo también trabajo (Jn 5,17). No siempre nos dejamos ayudar. Es una forma de decir “no” al bien que significa la Purificación, el ser más y más conscientes de muestra limitación. Me gustaría mencionar en particular la Segregación, esa separación dolorosa entre mi vida instintiva y mis mejores aspiraciones. Se trata de una auténtica cirugía del Espíritu Santo, removiendo mis intenciones mundanas de lo que es auténtica vocación, que habré de seguir siempre, hasta el final, cargando con la cruz de mi alma.

Hace treinta años, un joven llamado Edwin emprendía una carrera como periodista deportivo en Australia. “El deporte“, dijo una vez, “era mi religión“. No prestaba mucha atención a su fe. “Tuve la típica educación católica aburrida“, dijo, “y normalmente iba a misa sólo en Navidad y Semana Santa“. Mientras ascendía en su carrera, consiguió un trabajo en la radio.

Un domingo, sin otra cosa que hacer, entró en una iglesia. Se sentó al fondo. La misa estaba comenzando. Pero no se parecía a ninguna otra que hubiera vivido antes. Era una misa para los indigentes. Todas las personas que estaban a su alrededor no tenían dónde vivir, ni un lugar al que llamar hogar. “Recuerdo que estaba sentado entre todos esos pobres sin techo, y el Evangelio cobró vida para mí“. Aquel momento fue transformador. Supo que no podía seguir haciendo lo que había estado haciendo. Había encontrado otra religión distinta del deporte. Un año después, ingresó en el seminario.

Durante su formación, pidió al arzobispo una misión especial: quería vivir y trabajar entre los sin techo. El arzobispo accedió. Durante ocho meses, Edwin vivió en el fondo de una escalera, sin nada más que un colchón. Se duchaba en un aseo público. Vivió entre los solitarios, los temerosos, los deprimidos y los enfermos mentales. Cuando fue ordenado diácono, la ordenación tuvo lugar donde a menudo trabajaba como voluntario: en un centro para alcohólicos en recuperación. Unos meses después, fue ordenado sacerdote.

Hoy, el P. Edwin dirige una organización benéfica para personas sin hogar. Un tipo que antes parecía destinado a tener todo lo que quisiera sirve a los que no tienen nada. Nunca se ha sentido más satisfecho. “Por eso me ordené“, dice hoy, “para caminar junto a los más vulnerables“. En un momento crítico de su vida, como el hijo del Evangelio, Edwin cambió de opinión. Ahora, trabajando con los sin techo, él mismo es un agente del cambio.

—ooOoo—

Nuestro padre Fundador nos ha recordado en muchas ocasiones que debemos ser co-redentores con Cristo, lo cual, para nosotros, no sólo significa “sacar almas del pecado”, sino especialmente dar una oportunidad a los jóvenes generosos, a quienes nadie ha dado la posibilidad de servir y así sentirse amados. Eso es redimir a alguien de una vida simplemente “buena”, activa, generosa y darle la posibilidad de darse completamente a los demás. Es el caso del joven chileno que mencionaba el domingo anterior. Seguramente este es el sentido más profundo de la oración de Jesús: Dios no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños (Mt 18: 14).

Esa entrega continua, el verdadero servicio, es algo parecido a lo que sucede en la oración. Una cosa es estar sentado ante la Eucaristía y dedicar un recuerdo afectuoso y fraterno a una persona y algo muy diferente pasar media hora consultando a Cristo con todas mis fuerzas qué puedo ofrecer a ese ser humano.

Así, en la Segunda Lectura, San Pablo, que estaba orgulloso de la comunidad de Filipo, recuerda con vehemencia que al hacer un auténtico bien significa siempre dejar algo de la propia vida, pues era consciente del deseo de fama y reconocimiento de muchos miembros de esa iglesia. Nos ofrece el ejemplo más sublime, el del propio Cristo, que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, es decir, de servidor. En nuestro caso no es diferente y, como dice Fernando Rielo en su libro Transfiguración:

El precio del amor es fácil saberlo

con sólo nacer…

tú, muerte.

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Quisiera agradecer de corazón a los pacientes y eficaces traductores de estas Reflexiones semanales, nuestros hermanos y hermanas Letizia, Maurizio (Italiano), Rebecca (Alemán) y varios hermanos y hermanas en Francés.

En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente